El desamparo, el poder como opresión, el Holocausto como manifestación de ese poder. Con el fallecimiento hoy en Budapest de Imre Kertész a los 86 años, Hungría pierde a su único Nobel de Literatura y el mundo pierde una de las visiones literarias y filosóficas más intensas y brillantes del siglo XX.
La prensa local reaccionó afirmando que “la literatura húngara (está) de luto”, mientras que políticos y otros representantes de la sociedad húngara afirmaron que su muerte significa una gran pérdida para el país.
“Su muerte es una irreparable pérdida para toda la vida intelectual europea y húngara”, aseguró en un comunicado la asociación de editoriales de Hungría.
Nacido en una familia judía en Budapest el 9 de noviembre de 1929, cuando tenía sólo 14 años Kertész fue deportado por las autoridades húngaras a Auschwitz y posteriormente al campo de concentración de Buchenwald.
El horror del exterminio nazi que vivió en primera persona lo relató en “Sin destino”, su primera novela, publicada en 1975.
Sin embargo, no recurrió a un texto autobiográfico, sino que buscó cierta lejanía creado a György Köves, el adolescente protagonista que sufre la maquinaria de humillación nazi para acabar con la voluntad de vivir de los prisioneros.
Después de la II Guerra Mundial el escritor trabajó en revistas y hasta como encargado de prensa de un Ministerio, pero desde 1953 se volcó en la escritura y la traducción literaria.
Aunque antes de “Sin destino” había creado obras teatrales, desde la década de 1970 se centró en la narrativa, con obras como “Fiasco” (1988), “Kaddisch para el hijo no nacido” (1990), “Liquidación” (2004), sobre la caída del comunismo en su tierra natal y “Dossier K” (2006), entre otras.
“Sin destino”, la más conocida de sus obras, fue rechazada en 1973 por las editoriales de la Hungría comunista.
Kertész siempre defendió que el nazismo y el comunismo suponían el mismo ejercicio alineante de poder, aunque con distinto rostro y bandera.
De hecho, consideraba el Holocausto no como un locura momentánea o un hecho ligado a una época, sino como una manifestación de la naturaleza del poder en la sociedad.
“Auschwitz me pareció una mera exacerbación de las mismas virtudes para las cuales me educaron desde la infancia”, llegó a decir en “Kaddisch por el hijo no nacido”, en el que explica su decisión de no tener descendencia por ese motivo.
El escritor reivindicó la literatura como una forma de preservar la memoria, sin sentimentalismos, para intentar comprender.
Kertész denunció que el tema del Holocausto se ha tratado superficialmente y que se debería “hablar sobre ello, reconocerlo y aprender a arrepentirse de lo que sucedió”.
Esa interpretación le llevó a lanzar incluso comentarios provocativos, como cuando opinó que no es recomendable visitar el campo de concentración de Auschwitz porque se ha convertido “en un parque temático para turistas”.
Poco después de recibir el Nobel en 2002, afirmó que “los totalitarismos ponen a las personas en situaciones absurdas que no han elegido”.
“Entonces la vida se convierte en una alienación; las personas no reconocen sus propios actos y si no asumimos nuestros actos, no asumimos nuestras responsabilidades, y no podemos liberarnos de nuestros comportamientos. No somos libres”, agregó.
El comité Nobel dijo en 2002, cuando le otorgó el premio, que la obra de Kertész “conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia”.
“No me interesa la literatura, la escritura, sino el mecanismo del poder totalitario”, aseguró en una entrevista.
Fuera de Hungría, la obra de Kertész tuvo gran éxito en Alemania, donde vivió durante largos años. Allí fue galardonado con el prestigioso Premio Herder de las letras y el galardón de la Feria del Libro de Leipzig.
Tradujo mucho desde el alemán y citaba a escritores como Thoman Mann y Franz Kafka como algunas de sus grandes influencias.
En Hungría también recibió las más altas distinciones, como el premio Kossuth (1997) y la Orden San Esteban en 2014.
En los últimos años Kertész, que sufría de parkinson reiteró su intención de dejar de escribir. En su última obra, “La última posada”, publicada en 2014, trata de cómo aceptar la muerte.
“Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad”, confesó en esta obra un autor que, sin embargo, negó la posibilidad de recurrir al suicidio como forma de escapar al horror.
En los últimos meses de vida, Kertész estaba trabajando en la edición de su diario escrito entre 1991 y 2001 y que se publicará en húngaro bajo el título de “El espectador” (A nezö).