En febrero de 1855, mientras se encontraba en Sarawak, en la isla de Borneo, recolectando especies, al naturalista británico Alfred Russel Wallace se le ocurrió una idea. Allí escribió el artículo “Sobre la ley que ha regulado la aparición de nuevas especies”, con el que puso las bases de la biogeografía.
Entonces enunció la que a veces se conoce como ley de Sarawak: “Todas las especies han comenzado a existir coincidiendo en el tiempo y en el espacio con una especie preexistente estrechamente relacionada”.
Y añadía: “La situación actual del mundo orgánico es el resultado claro de un proceso natural de extinción y creación gradual de especies”.
Hoy es fácil intuir en sus palabras el cambio conceptual que se avecinaba, pero entonces el artículo pasó desapercibido incluso para Darwin. Quizá con displicencia, este anotó al margen de su ejemplar de la revista donde salió publicado: “Nada nuevo, utiliza mi símil del árbol, parece todo creación en él”.
Según comenta el biólogo Miguel Delibes, tal vez “le resultara muy difícil imaginar que un colector comercial como Wallace llegara a hacerle sombra”. Craso error. Tres años después, el coleccionista llegó a la conclusión de que los cambios se producían debido a lo que definió como la supervivencia de los más aptos.