¿Es posible revivir al sefaradí? Sin niños que lo hablen, sin “un sustrato generacional” que lo sostenga, el judeoespañol es “una especie de fósil vivo” que ha quedado como “la lengua del recuerdo, de la melancolía”, un idioma que “no tiene academia ni patria”.
La ensayista y narradora Angelina Muñiz-Huberman (1936), de ascendencia sefaradí, y la escritora y periodista Myriam Moscona (1955), de origen búlgaro sefaradí, coinciden en que el ladino, como también se le denomina, es una literatura “muy rica” de cinco siglos que ya cumplió su meta y que “no le hace falta a las nuevas generaciones”.
Esta reflexión sobre la lengua que hablaban las comunidades judías que vivieron en la península ibérica, hasta su expulsión en 1492, y que no sólo la conservaron como idioma familiar, sino que la llevaron a los distintos países a donde emigraron, cobra vigencia a raíz de los recientes intentos de la Real Academia Española (RAE) por mantenerla viva.
El 12 de noviembre del año pasado la RAE incorporó como académicos correspondientes a ocho estudiosos extranjeros, cuya especialidad es el judeoespañol, lo que significa que, por primera vez en la historia de esta institución, el sefaradí está representado oficialmente.
Además, en 1990, las comunidades sefaradíes recibieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, hecho que marcó el inicio de la revaloración de este idioma que aún tiene una fuerte presencia en países como Israel, Turquía, el norte de África y Latinoamérica, sobre todo en México.
Para el académico de la lengua Ignacio Padilla (1968), incorporarla a la RAE es “degradarla” un poco a un dialecto o argot del español. “Hay hablantes tanto en México como en España y Turquía, y quizá tendría que haber una academia turca de la lengua sefaradí que estuviera vinculada con una academia mexicana de la lengua sefaradí y, claro, que se mantuvieran en constante comunicación con las academias de la lengua española”.
SIN PATRIA
Es demasiado tarde para el judeoespañol”, afirma tajante la poeta Myriam Moscona sobre el idioma que se hablaba en la península ibérica en el siglo XV y que ha sido conservado por los judíos que tuvieron que abandonar España, tras su expulsión por los reyes católicos en 1492.
El sefaradí es una lengua que no tiene academia ni patria. No hay niños que lo hablen. Yo creo que siempre se va a estar muriendo”, agrega la hija de judíos sefaradíes nacidos en Bulgaria que emigraron a México en 1948.
Ahora hay mucho interés por el ladino en las academias, en instituciones, en hablantes, pero no creo que una lengua se mantenga viva por un interés institucional o académico, sino porque tiene hablantes”, añade.
La novelista cuyos padres se comunicaban en búlgaro entre ellos, y sus abuelas en ladino, por lo que su madre y ella aprendieron el español juntas, insiste en que “ya no hay quien lo hable, los últimos viejitos que lo hablan están muriendo”.
La ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 2012 ha escrito en judeoespañol la novela Tela de sevoya, el libro de ensayos Por mi boka, textos de la diáspora sefaradí compilados por Moscona y Jacobo Sefamí, así como el poemario Ansina.
Yo nunca hablé este idioma, sólo lo escuché y lo entendí”, confiesa. “Entró por mi oído, pero nunca salió por mi boca. Pero mi nexo con él es muy vital. No sólo es la lengua de mi infancia, sino la infancia de mi lengua. Tengo el privilegio de conocerla. Siempre que pueda seguiré escribiendo algo, pero tampoco me quiero convertir en la escritora oficial”.
Dice que le da gusto que el sefaradí esté representado en la RAE. “Pero perdón, aunque se paren de cabeza los académicos, no va a estar viva hasta que sea de comunicación cotidiana”.
UN FÓSIL VIVO
Para Angelina Muñiz-Huberman, el ladino en realidad tuvo sentido después de la expulsión de los judíos de España. “Es una especie de fósil vivo, porque detuvo la evolución del español en 1492. Al salir del contexto de España la fijaron, ya no siguió evolucionando, sólo fueron agregando palabras de otros idiomas.
Los investigadores del siglo XIX descubrieron que podían estudiarla y recoger su pronunciación y también formas poéticas, canciones, romances, música de esa época. Todavía en el XX hubo imprentas que publicaban en ladino”, detalla.
La egresada de la Universidad de la Ciudad de Nueva York señala que, en el caso de México, donde se habla el español, les fue muy fácil dejar de lado ese idioma antiguo y la nueva generación aprendió el español moderno.
Les pasó lo mismo a quienes regresaron a España del norte de África. Quedó como una lengua del recuerdo, de la melancolía, de la antigua poesía. Si no existe el sustrato generacional poco a poco se va perdiendo. Quedará como muestra de una lengua que existió, se seguirá leyendo su literatura, pero sin que forzosamente sea hablada”, indica.
La doctora en Literatura advierte que no sabe si valga la pena que el ladino esté representado en la RAE. “No es una lengua viva. No le hace falta a las nuevas generaciones. Me gustaría conocer el programa de trabajo de la academia, qué van a hacer”, apunta.
MÁS ALLÁ
DEL ESPAÑOL
El escritor y comunicólogo Ignacio Padilla reconoce que desde la adolescencia se ha sentido fascinado por el sefaradí, que disfruta y además atesora como “una fuente infinita de revelaciones sobre la lengua que habito y sobre la cultura que me constituye”.
Sin embargo, el maestro en Literatura inglesa por la Universidad de Edimburgo cree que el reconocimiento académico hispano de esta lengua “tiene matices que no hay que pasar por alto, entre ellos, que es lingüística, idiomática y hasta políticamente singular en muchísimos sentidos”.
Al miembro de la Academia Mexicana de la Lengua le parece “hermoso pero a la vez confuso” la incorporación del judeoespañol a la RAE. “Como el gallego, el portugués o el español, el sefaradí es una lengua romance, pero no es español. Incorporarla académicamente es degradarla un poco a un dialecto o argot del español”.
El doctor en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca concluye que el ladino es una de las lenguas de México, como lo es de España, Turquía o Grecia. “Que en cada una de las academias de la lengua de esos países haya hablantes y conocedores del sefaradí me parece imprescindible”.
Herencia singular de los judíos españoles, el sefaradí, judeoespañol o ladino, a pesar de sus pocos hablantes, continúa inspirando obras literarias contemporáneas en varios países y se niega a morir.
Desde 1979, la revista Aki Yerushalayim, editada en Israel, única que se imprime completamente en ladino, mantiene viva la historia y la cultura sefaradí.