En el 353 a.C., los focios interceptaron allí al ejército de Filipo II, rey de Macedonia, en el curso de la Tercera Guerra Sagrada, tras la derrota en el Campo de Azafrán. Failo, hermano del anterior líder focio, el vencido y ejecutado Onomarco, tomó el mando de su muy reducido ejército y situó en las Termópilas una guarnición que cortó el escarpado camino y la senda secreta usada por los persas. Aunque Breno logró pasar gracias a la niebla, los griegos escaparon en las naves atenienses.
A partir de 281 a.C., la invasión de los celtas desde Europa Central avanzó hacia el interior de Grecia, pero en 279 a.C. se vio imposibilitada en su ataque frontal a las Termópilas, a pesar del gran número de combatientes que componían su ejército.
A Roma le tocó el turno en 191 a.C., cuando Marco Acilio Glabrión, llegado a Grecia como aliado de los macedonios, venció a los seléucidas del rey Antíoco III Megas, tras poder rodearlos gracias al viejo paso montañoso. De nuevo en 267, los romanos, esta vez como defensores, trataron de impedir infructuosamente una incursión de los hérulos hacia Grecia.
Y hay más enfrentamientos muchos siglos después en el mismo lugar. En 1821, durante la Guerra de Independencia de Grecia, fue en las Termópilas donde Athanasios Diakos, con 1.500 patriotas, intentó frenar a los 8.000 turcos que marchaban a sofocar las revueltas del Peloponeso. Tras una última resistencia en el puente de Alamana con sólo 48 hombres, Diakos fue hecho prisionero y fusilado.
Finalmente, en 1941, con la invasión alemana de Grecia, dos brigadas británicas se apostaron en el paso mientras el grueso de las tropas se retiraba hacia los puertos. Los panzer atacaron a los neozelandeses y los cazadores de montaña en los pasos altos defendidos por los australianos.
Sin embargo, la resistencia bastó para retrasar a los alemanes, dando tiempo a que la fuerza expedicionaria británica embarcara hacia Creta.