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AP

Pistolas en lápices labiales, bolígrafos con veneno, ratas explosivas. Una nueva exposición en París revela dispositivos reales de espías y narra historias de cómo agentes secretos de todo el mundo fueron reclutados, entrenados y equipados para misiones desde la Primera Guerra Mundial hasta el fin de la Guerra Fría.

La exposición «Guerras Secretas», inaugurada el mes pasado en Les Invalides, ofrece la oportunidad de revivir los días previos al espionaje cibernético, mostrando unos 400 objetos y documentos de colecciones francesas, británicas, estadounidenses y alemanas, muchos de ellos por primera vez.

Narra las historias de hombres y mujeres que arriesgaron sus vidas para recolectar información de inteligencia y realizar operaciones clandestinas, de desinformación y misiones de desestabilización.

Los visitantes pueden descubrir disfraces, como pelucas y bigotes, y objetos como mini cámaras y grabadoras diminutas.

Pueden además ver documentos inusuales, como la primera mención de Adolf Hitler en documentos franceses en 1923:

No un idiota, sino un demagogo muy hábil», escribió el agente.

Los espías también usaron varias técnicas para camuflar equipo, desde un buzón en una rama de árbol a una pistola que parecía barra de labios.

Un saboteador podría colocar una rata muerta cargada de explosivos en una pila de carbón en la caldera de una locomotora para que el motor estallara.

Desde la creación de servicios permanentes de espionaje al final del siglo XIX, los progresos científicos y tecnológicos han permitido a expertos crear aparatos para espías y hacer las armas cada vez más pequeñas, silentes y menos visibles.

El «paraguas búlgaro», inventado por los servicios secretos soviéticos, servía para inyectar discretamente veneno, causando la muerte en unos pocos días.

Entre las piezas más espectaculares en la exhibición están la famosa máquina Enigma, que fue usada para comunicación codificada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y un submarino real usado por agentes secretos franceses en los años setenta.

La muestra resalta además los riesgos de la vida a las sombras.

En tiempos de guerra, los agentes podían ser considerados prisioneros de guerra, enjuiciados e incluso sentenciados a muerte. Algunos agentes llevaban anillos con píldoras de cianuro que podían tragarse en caso de arresto y tortura, para no hablar.

En tiempos de paz, es más simple: no tienen ningún estatus», dijo Francois Lagrange, uno de los curadores de la exposición.

La muestra cierra con secretos revelados y errores expuestos en escándalos que ocuparon titulares.