Aunque los acontecimientos de la Historia moderna y contemporánea tienen un nivel excelente de datación, ello no ha evitado que surjan historias truculentas que gozan de gran aceptación sin haberse demostrado.
Así, la mayor precisión de los historiadores queda contrarrestada en parte por la extensión de las técnicas de propaganda, una de las cuales es hacer circular las hoy llamadas “leyendas urbanas” para desacreditar a determinados personajes.
La princesa de Éboli (que pasó trece años en prisión por una conspiración contra Felipe II no aclarada), la reina de Francia María Antonieta (que supuestamente menospreció el hambre del pueblo parisino), o la más cercana Pasionaria (que nunca amenazó de muerte a Calvo Sotelo en las Cortes) son algunas de las víctimas de estos rumores que acaban por convertirse en verdades aceptadas.
Pero el ejemplo más llamativo es el de Antonio Salieri, el músico favorito de la Corte vienesa a mediados del siglo XVIII, al que se atribuye una inquina desmedida hacia el genial Wolfgang Amadeus Mozart, tesis popularizada por la película Amadeus (Milos Forman, 1984).
Al pobre Salieri le han culpado de muchos de los males del joven músico, hasta llegar a acusarle de su envenenamiento: incluso se dice que le acompañó en la última noche en que estuvo vivo.
Lo cierto es que ni estuvo con él ni la muerte de Mozart puede atribuirse a sustancias tóxicas.
Murió de una fiebre miliar aguda, como otros vieneses en el invierno de 1791, y acompañado por su esposa Constanze.