En 2010 la vida pintaba de otra manera… Alepo, lo que es hoy “una ciudad fantasma, donde no hay ningún tipo de vida” bullía como una urbe industrial. Un joven artista de nombre Moustafa Jano tenía “una muy buena vida”. Trabajaba en un despacho propio de diseño gráfico que atendía a clientes como Ford. Vivía con sus hijos y su esposa.
El ahora refugiado en Suecia fue despojado de su familia, trabajo y hogar, al tiempo que se convirtió en uno de los sobrevivientes de la guerra en Siria, “la peor catástrofe” humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, que ha dejado más de 465 mil muertos y desaparecidos, según el balance de la ONU publicado al cumplirse hoy seis años del conflicto.
“Toda persona ha perdido algo, pero algunos lo han perdido todo”, cuenta con voz entrecortada por las lágrimas Jano, desde su pequeña y gris habitación en un campo de inmigrantes en Estocolmo, en una entrevista concedida por Skype para La Jornada.
Fue la desesperación del exilio la que lo orilló a “mandar mensajes al mundo de lo que está pasando realmente en Siria”, a través de crudos collages –hechos con fotografías que le envían sus amigos sirios e imágenes oníricas–, que publica en Facebook. Su diseño de un Pokémon que llora junto a un niño en Alepo le dio la vuelta al mundo.
En agosto del año pasado, el museo más vanguardista de Suecia, el Fotografiska, le propuso hacer una exposición individual que albergó hasta octubre, y ahora se muestra en Helsinski, Finlandia.
Dos niños con un oso de peluche observan un Alepo en ruinas. Una pequeña se eleva como un ángel entre los escombros. Sombras de infantes tomadas de la mano huyen de las balas. Así son las crudas y sombrías escenas que recuerdan la realidad de un país en el que han muerto 17 mil 400 niños en seis años, según la Unicef.
El sirio de 37 años alude con su trabajo al estallido de la guerra. En 2011 “no podías imaginar en qué dirección venía la bala. La vida cambió. Ya no encontraba comida para mis hijos. No puedo olvidar el día de marzo en que tomé la decisión de llevar a mi familia a Irak”, narra.
Ya en el norte iraquí, sin muchas perspectivas de futuro, decidió en 2015 cruzar el Mediterráneo solo “en busca de una nueva esperanza” y encontrar refugio en algún país europeo que le permitiera llevar a su familia –incluido el hijo que crecía en el vientre de su esposa y al que aún no conoce. Ese momento marcó en su vida un antes y un después:
“En aquel bote de plástico en el que estábamos cruzando el mar para llegar a las islas griegas, casi nos morimos. El traficante nos dijo que pondría sólo 40 personas, pero subió a unas 57. Nos forzó a subir como animales y en medio del mar, el motor dejó de funcionar y se llenó de agua la balsa. Todo el mundo estaba llorando y rezando a sus dioses. Fue un momento terrible: nadie oía nuestras voces, nuestros llantos. Finalmente, la Guardia Costera griega nos encontró y nos salvó”, rememora titubeante.
Con la primavera árabe que empezó en Túnez y se extendió por Egipto, Libia y Siria, la “gente sólo pedía libertad, un poco de libertad”, explica. Después se convirtió en el horror que volvió a su país natal en una verdadera “cámara de tortura”, como lo calificó ayer el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al Hussein.
“La guerra nos obliga a refugiarnos”, cuenta el artista que optó por “hacer algo real” por la situación de su país. “Lo que me da esperanzas es que todo tiene un inicio y un final, todo”, concluye Jano, quien sabe que lo ha perdido todo, pero no deja de pensar un momento en volver a reunirse con los suyos.