Empastados en piel, impresos en tipos móviles con una tipografía llamada romana y con llamativos grabados, diseñados a dos columnas y en letra grande para facilitar su lectura, los primeros libros que se publicaron en la Nueva España eran principalmente de carácter religioso y buscaban rescatar las lenguas y las tradiciones indígenas.
María de Jesús Díaz Nava, experta en el tema, asegura que se han conservado pocos de estos volúmenes impresos durante el siglo XVI en las casas y los talleres novohispanos. De ahí la importancia de que la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero de la Universidad Iberoamericana conserve ocho.
Pero este recinto bibliográfico, reconocido como uno de los mejores y más grandes de América Latina, va más allá y custodia con celo un incunable, como se les denomina a los libros publicados en Europa a partir del nacimiento de la imprenta, hacia 1440, y hasta el año 1500.
Las proposiciones de Aristóteles, Averroes y otros filósofos, impreso en Alemania en 1491, es la joya de la colección de Libros Antiguos o Raros de esta biblioteca, que custodia actualmente cuatro millones de documentos y cerca de 90 mil libros pertenecientes a 39 fondos.
La investigadora afirma que este título “fue de los primeros trabajos que se hicieron sobre los filósofos en el siglo XV. Esta disciplina, además de la historia y la religión, despertaba mucho interés en la España del siglo XV”, comenta en entrevista.
Díaz Nava destaca que, de los títulos confeccionados en imprentas novohispanas que resguardan, cuatro son “curiosamente” de autores franciscanos y buscan orientar a los frailes en su relación con los indígenas.
El primero de ellos, detalla, es el Vocabulario en lengua mexicana y castellana (1571), escrito por Fray Alonso de Molina, quien se da a la tarea de recopilar palabras en náhuatl con su respectivo significado en castellano.
“Es una obra bilingüe de gran importancia para el conocimiento del náhuatl. La compilación de tantos términos y vocablos, inclusive frases y oraciones, ha servido para conocer la lengua. Se ha editado varias veces, porque sigue siendo un libro de cabecera”, agrega.
El segundo libro, de 1578, un confesionario en lengua mexicana y castellana, es del mismo autor y también bilingüe. “Es un manual para enseñar a los que van a confesar, a los sacerdotes, a los religiosos, el mejor procedimiento para charlar con los indígenas y poder evangelizarlos”.
Aclara que estos dos ejemplares son de casas impresoras muy destacadas, como las de Antonio de Espinosa, el segundo impresor de la Nueva España, considerado el mejor tipógrafo del siglo XVI, y de Pedro Bali.
La académica de la Iberoamericana dice que el tercer título de autor franciscano que conservan es el Confesionario en lengua castellana, que también proporciona recomendaciones a los religiosos que van a confesar y las preguntas que se les hacían a los indígenas.
“Llama la atención esta obra porque se imprimió en Santiago Tlatelolco, que fue el primer colegio que se fundó en la Ciudad de México, por franciscanos, y estaba destinado a formar a los hijos de los caciques, de los principales. Tenía su propia imprenta. Fue un centro muy importante de conocimientos, donde se abordaban áreas como el arte, la filosofía y la ciencia”, añade.
Estudiosos de la lengua
Díaz Nava describe asimismo el pequeño ejemplar Arte mexicano (1580), compuesto por el jesuita Antonio del Rincón, destinado también a los indígenas y que salió de la imprenta de Pedro Bali.
Los jesuitas llegaron a Tepotzotlán en 1580. Desarrollaron un centro de investigación sobre las lenguas indígenas y formaron un grupo de estudiosos del náhuatl, el otomí y el mazahua. El resultado de esos estudios fueron varias publicaciones, entre ellas esta de la lengua mexicana”, narra.
Por último, de las publicaciones novohispanas del siglo XVI que resguarda la Biblioteca Clavigero, menciona los Estatutos generales de Barcelona, publicado en tierras aztecas en 1585.
Está destinado a los religiosos franciscanos que estudiarían en la Nueva España, y para los nuevos novicios. Otra vez, demuestran mucho interés en la educación de los jóvenes indígenas”, narra.
Además de estos libros impresos en el siglo XVI, la Biblioteca de la UIA conserva un códice en forma de tira que data de mediados de esta centuria, hacia 1565. “Es un manuscrito que detalla una distribución de tierras ubicadas en la región de la mixteca. El soporte de esta pieza es de piel de venado y es uno de los pocos materiales que se conservan de esta naturaleza. Algunos de los textos están en castellano, y otros en zapoteco”, concluye la estudiosa.
Las condiciones de conservación de estas piezas elaboradas hace más de 400 años son buenas, explica la catedrática, porque reciben de la casa de estudios las atenciones necesarias, como limpieza y mantenimiento constantes, así como su conservación en una temperatura adecuada.
La colección de Libros Antiguos o Raros de la Biblioteca Clavigero es más amplia, pero los títulos mencionados sobresalen por sus características únicas, algunos de tamaño pequeño, “casi de bolsillo”, y por el propósito que los mueve: traducir las lenguas maternas de los mexicanos para inculcarles el castellano y la religión.