La fuente de Marcel Duchamp es ironía. Es crítica al sistema. Es burla a las convenciones. Es pensar el concepto, no el objeto. Es valorar la obra en sí misma, no al autor. Es reconciliar el arte con el pueblo. Es desacralizar al artista. Es un siglo de arte conceptual.
El 9 de abril de 1917, el urinario firmado con el seudónimo R. Mutt llegó a la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes, en Estados Unidos. Duchamp, también integrante del jurado, la presentó como una burla a lo que él consideraba la inutilidad del arte. La pieza de porcelana, que cumple un siglo, fue rechazada por los críticos y artistas. La consideraron indecente, inmoral. Y aunque la original se perdió, su filosofía la convirtió en una de las obras más importantes del siglo XX. Un readymade que trascendió por su concepto.
“Es pieza fundamental no sólo en la historia del arte, sino en la historia del pensamiento y crítica. No sólo se trata de un gesto de cien años en un sentido vulgar de la ampliación del conocimiento, lo que hace es invitarnos a pensar otra forma de generar producción simbólica y conocimiento. Duchamp nos presenta que el problema no es el objeto, sino la estructura mental y crítica que se le aplica a ese objeto en un determinado campo del arte; porque en un baño no es más que un urinario, en una tienda es una mercancía, pero en un museo critica la idea de que el arte debe ser un objeto único y hecho de manera virtuosa”, explica el investigador Edgardo Ganado Kim.
El propio artista francés, quien en 1913 había abandonado la pintura, argumentó: “Que el Sr. Mutt haya hecho con sus manos La fuente o no, carece de importancia. Él es quien la ha elegido. Ha tomado un artículo común de la vida de todos los días, lo ha colocado de modo que su significado útil desapareciera, ha creado un nuevo pensamiento para este objeto”.
Con el readymade, se- ñala Jesús Gutiérrez, profesor en Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, Duchamp certifica la muerte de la pintura al desmitificar la práctica artística que sustituye la obra de arte por la realidad descontextualizada del objeto.
Y Octavio Paz, en el libro Apariencia desnuda, abunda que la práctica del readymade exige un absoluto desinterés del artista por la autoría de una obra. Es una negación que, por el humor, se vuelve una afirmación. Así, La fuente está construida de significación: “Sería estúpido discutir acerca de su belleza o su fealdad, tanto porque no son obras sino signos de interrogación o de negación. El readymade no postula un valor nuevo. Es critica activa: un puntapié contra el llamado arte sentado en un pedestal de adjetivos”.
Pero si el objeto per se no es lo importante; ¿qué es lo que admiramos en La fuente? La idea o el pensamiento que puso a rotar el autor en torno al objeto. Desde lo anecdótico, la polémica de la obra se desató con la publicación en The Blind Man, el 25 de mayo 1917, en el artículo The Richard Mutt Case, donde se presenta la fotografía de la pieza y el cuestionamiento al que alude.
En el ensayo La fotografía del readymade: una alianza rebelde, de Mark Godfrey, se destaca la fotografía en el proceso de creación de la obra, una reacción que completa la obra: “El primer encuentro entre la fotografía y el readymade fue una parte clave del proceso por el cual Fountain llegó a ser reconocida como arte. Luego del rechazo por parte de la Society of Independent Artist hacia la obra presentada por R. Mutt, Duchamp llevó el objeto a la galería 291, donde la fotografió Alfred Stieglitz dentro de un entorno cuidadosamente compuesto.
“La fotografía diseminó una imagen de Fountain, pero a la vez autentificó el concepto mismo de readymade. Fue importante que la foto haya sido hecha por Stieglitz y no por cualquier otro, porque, como figura importante en el arte y la fotografía estadunidense, su nombre daba peso al gesto de Duchamp”.
Janis Mink, autora de la biografía de Marcel Duchamp publicada por Taschen, cuenta cómo Walter Arensberg se ofreció a comprar el urinario, “pero el objeto en cuestión estaba ilocalizable.
Después de un cierto tiempo vino a reaparecer detrás de una pared intermediaria, donde había estado durante todo el tiempo de la exposición. “Después de todas estas pericias y, por extraño que parezca, el mismo Arensberg acabó perdiendo el urinario. Al igual que Rueda de bicicleta, Escurridor de botellas, En previsión de un brazo partido y otros readymade, remplazados después por una copia, lo que se conserva es la idea, no el objeto”.
La pieza original se perdió, pero Duchamp hizo cuatro réplicas: la primera en 1951 en Nueva York, otra en 1953 en París, le sigue una en 1963 en Estocolmo y la quinta, de 1964, se quedó en Milán, Italia.
REFERENTE ACTUAL
A decir de Granado Kim no sorprende que, a cien años, la supuesta broma u ofensa enviada por Duchamp a la Sociedad sea aún un emblema del arte. En México, la influencia de la obra del artista vinculado al dadaismo y el surrealismo es innegable. Obras como la de Damián Ortega, Gabriel Orozco o Abraham Cruzvillegas son ejemplos de ello.
También la Colección Jumex que hizo honor al readymade como tema con la exposición y la publicación de An Unruly History of the Readymade, en 2009. O, recientemente, El Excusado de Yoshua Okón y Santiago Sierra que se presentó en el stand de la Galería Parque, dentro de la Feria Zona Maco en febrero de 2016 (Expresiones, 03/02/2016).
“Que el arte contemporáneo tenga la constante necesidad de volver a referir a Marcel Duchamp se debe a que el nombre readymade se ha convertido en el recurso de validación universal de “lo contemporáneo”, señala Cuauhtémoc Medina en Apropos del already-made: notas sobre una genealogía en disputa. A la manera de cualquier mito de origen, el readymade aparece al mismo tiempo como argumento de justificación de la práctica cotidiana del arte presente, como objeto de un deseo inalcanzable, y como modelo opresivo y sin posibilidad de revocación”, concluye.