La Historia aceptada –influenciada por el mito– sitúa en el año 1325 el inicio de Tenochtitlán. Entonces, una adolescente, hija de un rey tribal, estaba a punto de casarse con un miembro de una tribu nueva en la zona. Con ese supuesto fin fue conducida a un templo, pero una vez allí le abrieron el pecho con un cuchillo de obsidiana (sus armas no eran de metal, sino de esta roca vítrea supercortante, capaz de partir a un hombre por la mitad) y le extrajeron el corazón, para luego desollarla en honor al dios de la fertilidad. Su padre, que estaba presente, quedó horrorizado y su tribu se dedicó a perseguir a aquellos ‘salvajes’ hasta la isla donde se escondían. Dicha isla sería la futura Tenochtitlán, en la que se asentaría su gran Imperio. Aquel asesinato marcó el inicio del Imperio azteca y el lugar donde surgiría: la isla donde fueron desterrados tras el sacrificio de la princesa en el lago Texcoco, la mayor de cinco lagunas interconectadas en el valle que hoy acoge Ciudad de México.
Fue el líder azteca Tenoch quien decidió que sería allí donde se estableciese la capital, justo donde había tenido una visión: un águila posada sobre un nopal, una señal de los dioses de que aquel debía ser su hogar.
La futura Tenochtitlán no era más que una isla en un pantano, pero el objetivo estaba fijado: crear prácticamente de la nada una ciudad poderosa tomando como modelo a otra: Teotihuacán, a 40 kilómetros de allí.
Los mejores ingenieros
Aunque Teotihuacán ya por entonces se hallaba en ruinas, creían que estaba habitada por los dioses y que allí nacía el Sol. De hecho, lo que más admiraban de ella era la gran pirámide del Sol. Estaban convencidos de que aquella urbe la habían creado los dioses a imagen y semejanza del cosmos, y esa imagen era justamente la que intentaron plasmar en su nueva ciudad. Tenochtitlán se extendería por el lago y los canales, repleta de árboles y espléndidas mansiones.
Hacer realidad aquel reto le tocó al rey Acamapichtli, quien en 1376 inició un ambiciosísimo plan urbanístico. El principal problema era que las islas pantanosas carecían de cimientos: todo cuanto construyeran se hundiría. Pero hallaron una revolucionaria solución: cavar grandes estacas de madera para anclar las construcciones al suelo, a modo de cimientos. Y, para conferirles mayor resistencia, los pilares se rodearon de piedra volcánica. A partir de ahí podían construir muros e ir dando forma a una ciudad-isla.
Aunque al principio sólo podía llegarse a la ciudad flotante en barco, terminarían inventando pasos elevados, clavando también estacas, que la conectaban con las provincias de tierra firme. Hubieron de clavar miles de estacas y cargar una enorme cantidad de materiales pesados. Como no tenían bestias de carga ni carretas (no conocían la rueda), emplearon la fuerza humana: las piezas pequeñas se las echaban a la espalda y las estructuras más pesadas las arrastraban con cuerdas, probablemente usando troncos para que rodasen.