La conocida decadencia en la que se hundió a partir del siglo V propició que muchas de sus provincias acabaran convirtiéndose en reinos controlados por los ejércitos de pueblos bárbaros que hasta entonces gozaban de la condición de foederati (federados), que vendría a ser lo que hoy conocemos como aliados, grado obtenido por su colaboración militar con Roma.
Estos pueblos a sueldo de los césares se quedaron con los dominios que hasta entonces no eran sino una concesión temporal que se renegociaba con cada nuevo emperador.
El germen de la Europa actual
Así, los francos se hicieron con el norte de la Galia, al que le darían el nombre con el que hoy lo conocemos; los visigodos hicieron lo propio con el sur de la misma Galia y más tarde con Hispania; los ostrogodos se apoderaron de la península Itálica y los sajones cruzaron el Canal de la Mancha para adueñarse de Britania.
Por tanto, como se ve, los principales Estados europeos de la actualidad adquirieron dimensión política propia como fruto de la interacción de los godos con la geografía institucional romana.
La dispersión de los godos por Europa, desde su ubicación primigenia al sur de Suecia en la isla de Gotland, se inició ya en época romana.
Las crónicas de Tácito dan fe de que habían cruzado el Báltico hacia el año 100, ya que los situaba en la región del río Vístula (actual Polonia). Siguiendo el curso de este río y todavía sin pasar las fronteras imperiales, se internaron más al Sur y alcanzaron el Danubio, y más tarde las orillas septentrionales del mar Negro.
Es en esta época cuando se documenta su división en dos grandes pueblos, los tervingios y los greutungos o, como se los conoce más habitualmente, los visigodos y los ostrogodos.
A partir del siglo III y como consecuencia de su fuerte crecimiento demográfico y de la presión contra ellos que supuso la irrupción del pueblo asiático de los hunos en las llanuras del este de Europa, los godos de uno u otro origen empezaron a entrar en conflicto con los romanos en su frontera oriental.
La relación sería ambivalente, pues con el paso de los dos siguientes siglos los godos fueron tanto aliados (por ejemplo, en las guerras contra los sasánidas, o contra los propios hunos) como enemigos (la derrota que infligieron al emperador Valente en Adrianópolis en 378 es el acontecimiento que marca el inicio de la decadencia de Roma).
Tolosa, capital de los visigodos
Muchos elementos godos se integrarían por entonces en los ejércitos de Roma, y esta incorporación masiva de los pueblos germánicos como fuerza de choque llevaría a generar una dependencia cada vez mayor del Imperio Romano respecto a ellos. Así, los godos vieron expedito el camino para disputar el poder a aquella gran potencia en la que inicialmente apenas habían sido otra cosa que unos inmigrantes marginales.
Los primeros en hacerlo fueron los visigodos, que ya en el año 410 saquearon Roma y se aposentaron más tarde en el centro y el sur de Francia como fruto del tratado de paz (foedus) celebrado entre su rey Wallia y el emperador Honorio en 418.
De esta forma se iniciaba un dominio visigodo estable y sedentario con capital en Tolosa, en el que sus reyes, principalmente Teodorico I (418-453), llevaron a cabo una estrategia continuada de consolidación de un dominio dinástico (con especial incidencia en la política matrimonial con otros pueblos germánicos vecinos) y territorial, buscando la expansión hacia el mar Mediterráneo (en un intento de dominar la provincia Narbonense) y hacia el sur, con frecuentes incursiones y participación en los asuntos hispánicos.