Después de la caída de Constantinopla (hoy Estambul) en 1453, la ola turca amenazaba a la Europa cristiana del siglo XV. Los musulmanes conquistaron con facilidad el área de los Balcanes y se toparon con un muro infranqueable en Valaquia. Allí, los turcos se encontraron con la resistencia feroz de Vlad Tepes, hijo de Vlad Dracul (Vlad el Dragón), que impidió la expansión turca hacia el norte y el oeste conteniendo, durante casi 50 años, el empuje de un Imperio Otomano que parecía querer comerse Europa. En los bosques de Valaquia, Vlad Tepes, también conocido como Draculea (hijo del Dragón) impuso a los invasores a una guerra de desgaste físico y psicológico. Las escaramuzas, pequeñas batallas y los golpes de efecto, tales como empalar a los prisioneros musulmanes (de ahí el sobrenombre de ‘tepes’, que significa empalador ), lo convirtieron en un demonio para sus enemigos y en un héroe para sus compatriotas. Siglos después, un escritor irlandés llamado Bram Stoker adornó la historia con bebedores de sangre inmortales y nació el mito de Drácula, el vampiro. Y con él el de Transilvania, como una tierra tenebrosa llena de monstruos. Y nada más lejos de la realidad.
EL MITO LITERARIO Y EL REAL
El viajero llega a esta región rumana tras los ecos del personaje literario. Los más puristas iniciarán el viaje en la pequeña ciudad medieval de Bistrita, dónde el ingenuo Jonathan Harker llegó un 3 de mayo dando inicio a la pesadilla romántica creada por la mente prodigiosa de Stoker (quién, por cierto, no tiene muy buena prensa en Rumanía). Harker se alojó en el Hotel Corona de Oro antes de partir hacia las tierras del conde; el hotel de hoy se levantó ex profeso en 1974 para aprovechar el tirón turístico de la novela, pero no es un mal punto de partida para explorar el coqueto casco histórico de la ciudad antes de emprender el corto viaje que separa la localidad de las primeras rampas de Los Cárpatos. En torno a la Plaza Central se encuentran los principales atractivos de la ciudad: la coqueta Iglesia Evangélica de Bistrita (gótica del siglo XVI), las casas porticadas del Sugalete (medievales) y, en un parque que ocupa el lugar de las antiguas murallas, la Torre de Los Toneleros.
“Leo que todas las supersticiones conocidas en el mundo están reunidas en la herradura de Los Cárpatos, como si fuese el centro de alguna especie de remolino imaginativo; si es así, mi estancia puede ser muy interesante”, escribió el propio Harker en su ‘diario de viajes’ justo antes de emprender el viaje. Hoy, apenas media hora en coche bastan para llegar hasta el Paso de Borgo, lugar en el que la diligencia que transporta al procurador inglés se encuentra con el siniestro coche de caballos que conducirá a Harker hasta el Castillo del conde. La mansión de Drácula descrita por Stoker no existe, ni existió. En el lugar dónde el escritor la situó se construyó, en la década de los 80, el Hotel Castillo de Drácula en el que, además de 53 habitaciones, se ha construido la ‘habitación de Drácula’, una atracción bastante insólita con susto final que, según parece, ha provocado más de un infarto.
Stoker escribió su obra maestra sin haber pisado en la vida Rumanía. Si lo hubiera hecho sabría que lo más próximo al Castillo de Drácula que aún existe en esta región marcada por las montañas, los valles y los bosques infinitos es la modesta fortaleza que protege el flanco norte de la pintoresca ciudad de Curtea de Arges, auténtica puerta a la Transilvania y a apenas 155 kilómetros de Bucarest. Al norte de esta impresionante población medieval, que se merece un par de horas de paseo tranquilo, se encuentra el pequeño Castillo Poienari, una antigua atalaya del siglo XIII que fue reforzada por el propio Vlad Tepes sirviéndose del trabajo de prisioneros turcos para guardar uno de los pasos naturales hacia sus dominios. Esta fue una de sus principales líneas de defensa y, también, su residencia habitual. Este es el verdadero Castillo de Drácula y la visita merece la pena pese a los casi mil 500 escalones que median entre el parking y la entrada a la fortaleza. Pero una vez arriba, el viajero se encontrará con esa Transilvania descrita, de oídas, por Stoker : montañas escarpadas, ríos furiosos y bosques impenetrables.
Pero las guías siguen privilegiando al imponente Castillo de Bran, aunque muchos digan que Drácula nunca estuvo allí o que a lo mejor puede que pasara por allí alguna vez. Pero este castillo de cuento de hadas es uno de los atractivos turísticos más preciados de Rumanía y dejar de visitarlo por un ataque de purismo literario sería un error. Esta imponente fortaleza de finales del XIV fue residencia de la familia real rumana y hoy es un museo en el que se pueden admirar, a parte de sus 60 habitaciones, torres y pasadizos, armaduras, tapices, muebles que cubren varios siglos. Merece mucho la pena. Pero este no es el Castillo de Drácula.
BRASOV, LA JOYA DE RUMANÍA
Brasov no sólo es una de las ciudades más importantes de Rumanía; también es uno de los reclamos turísticos más importantes del país; una joya enclavada a los pies de las montañas que es la base de operaciones habitual de los viajeros que se internan en Transilvania. El casco histórico de Brasov es un espectáculo. Una amalgama de edificios que van desde el gótico al neoclásico pasando por el característico barroco centro europeo. Una ciudad al más puro estilo bohemio con viejos cafés, callejuelas estrechas, caminos empedrados. Una ciudad anti draculiana, ya que el célebre Empalador la arrasó por apoyar a uno de sus rivales.
Pero un viaje por tierras transilvanas no puede pasar por alto Brasov; su Iglesia Negra, que es el edificio gótico más importante del país; sus imponentes murallas medievales en las que destaca el Bastión de los Tejedores; la Casa del Consejo, hoy sede de un interesante Museo de Historia; las viejas sinagogas; el entorno de la Plaza Sfatului, que, volviendo a lo siniestro y oscuro, fue el escenario de la última quema de brujas de la historia europea o las vistas del casco histórico desde la cima del Monte Tampa.
SIGHISOARA, LA CUNA DE VLAD TEPES
La ciudad amurallada de Sighisoara si tiene que ver con el mito de Drácula ya que aquí nació “el empalador” en 1431. Como otras ciudades de la región, fue fundada por sajones emigrados desde la actual Alemania en el siglo XII lo que dejó una impronta centroeuropea que hoy se mantiene prácticamente intacta. Es una de las ciudades medievales mejor conservadas de Europa y también el mejor ejemplo de ciudad amurallada de Rumanía. Situada justo en el centro de la región transilvana es también el punto de partida del mito draculiano. Pero sus casas de colores vivos no tienen nada que ver con el ambiente lúgubre y siniestro de la novela. Es otro de los ejemplos de cuan errado estaba Stoker cuando escribió sobre los pueblos y ciudades de esta zona de Rumanía.
Una tupida red de torres defensivas emerge de entre los tejados de las casas. Torres que, como sucede en otros burgos de la época, fueron construidas por los diferentes gremios de la ciudad: Torre de Los Herreros; de los Carniceros; de los Tintoreros; de los Sastres o su famosa Torre del Reloj , antigua sede del Ayuntamiento local –y hoy Museo de Historia- que preside la Plaza de la Ciudadela, corazón de la pequeña ciudad. Como sucede en todas las ciudades de la época, el casco histórico es una malgama de casas y edificios religiosos. Lo que distingue a Sighisoara de otras ciudades es el perfecto estado de conservación de la ciudad. Pero no es un decorado. Los impactos de bala en las murallas (que datan de un asedio turco de principios del XVIII) atestiguan que es real; como lo es la sala de tortura del Museo de Historia. Es una ciudad vivida. La escalera de los estudiantes que sube hasta la gótica Iglesia de la Colina es un ejemplo de ello. Aquí nacieron, vivieron y murieron gentes desde el siglo XII; el más famoso el propio Drácula.
LOS MONASTERIOS ORTODOXOS DE BUCOVINA y LA TUMBA DE DRACULEA
El consejo de Viajar Ahora para explorar a fondo esta parte de Rumanía es alquilar un coche. Eso permite, por ejemplo, internarse en Los Cárpatos a través de la mítica Carretera Transfăgărășan (NC-7 que pasa por Curtea de Arges y Poenari). También permite ir de acá para allá uniendo puntos históricos y ficticios y acercarse a lugares fuera de ruta como los Monasterios Ortodoxos de Bucovina, incluidos en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. Situados cerca de la frontera con Ucrania, los monasterios de esta parte del país son famosos por sus espectaculares pinturas murales. El más famoso es el Monasterio de Voronet. Su Capilla de San Jorge está considerada como la Capilla Sixtina del arte cristiano oriental. En una jornada en coche se pueden visitar otros lugares de interés como los monasterios de Humor; Moldovita; Sucevita o el espectacular Monasterio de Putna, enclavado en medio de las montañas.
Y de norte a sur para volver a encontrarnos con el personaje histórico de Vlad Draculea; el de verdad. Vlad no se escapó de las garras de la muerte. Como todo hijo de vecino, por ilustre que este sea, el empalador también se encontró con la Parca en batalla. Dicen que los turcos lo decapitaron, desollaron su cráneo y llevaron su cara y su cabellera como trofeo hasta Estambul; otra versión apunta a una traición urdida por la nobleza local y la iglesia ortodoxa por su proximidad al Catolicismo. La tumba oficial de Vlad se encuentra en el Monasterio de Snagov , situado en una isla del lago del mismo nombre (a escasos 40 kilómetros de Bucarest). Es una sencilla losa de piedra en la que está escrito su nombre. Hace algunos años, unos historiadores aseguraron que Vlad fue capturado por los turcos, rescatado por su hija tras pagar una enorme cantidad de oro y que vivió muchos años más como un plácido anciano en Nápoles. ¿Hay historias de vampiros en el sur de Italia?