Desechos hallados en las calles, puertas roídas, pedazos de muros, arenas, cristales, puertas, alambres, ventanas, latas u hojas, son los materiales que el colombiano Santiago Rebolledo (1951) transforma en arte.
“Creo mi obra con desperdicios que me sirven para expresar algo, porque siempre he creído que el arte no puede tener límites”, afirma.
Con los colores ocre, siena, sepia, rojos o negros, el egresado de la Academia de San Carlos confecciona obras de belleza melancólica y contemplación poética: muros, que invitan a ser traspasados, muros que no separan.
Rebolledo exhibe estas piezas en la exposición Muros culturales, que acaba de abrirse este fin de semana en la galería del Seminario de Cultura Mexicana (Presidente Masaryk 526, Polanco), en la que reúne obras que ha trabajado desde 2004 a la fecha.
“Desde los años 70 he trabajado con el tema de los muros y siempre he creído que son expresiones de cultura. Si vas a un museo o a una galería, en los muros hay conocimiento; en una sala de conciertos, las paredes recogen el sonido; los muros de la casa nos protegen y los muros de un templo guardan algo especial”, agrega.
El hijo del pintor impresionista Gonzalo Rebolledo Arboleda advierte que no habla de los muros que separan. “Voy a centrarme en los muros citadinos, de la calle, que he ido construyendo con desechos, como un collage dentro de cajas en las que están mis barrios imaginarios, la ficción de mi historia”.
Destaca que encuentra belleza en los muros, porque resguardan la memoria. “Son muros transformados por el tiempo, el clima, la lluvia, que muchas veces tienen tonalidades preciosas, imágenes abstractas formadas por el óxido, con puertas roídas que me encantan”.
El artista que llegó a México en 1975, a los 23 años de edad, agrega que “Goya decía una frase que me parece perfecta para definir mi trabajo: el tiempo también pinta… por eso a los muros desgastados los va pintando el tiempo”.
El integrante del Grupo SUMA, que en sus comienzos se dedicó al trabajo en las calles, reconoce que tanto Colombia como México, “la dualidad de esos dos países, sus similitudes y sus diferencias”, han enriquecido su obra.
A sus 65 años, Rebolledo se asume más que como un artista, “como un comunicador de formas, objetos y lenguajes visuales. Me considero un pintor contemporáneo, mi obra va más por lo moderno, lo abstracto. Tengo mucho del arte povera, el ‘arte pobre’, ese término acuñado debido a los materiales utilizados, desechos o lo sustraído directamente de la naturaleza”.
En sus obras también están presentes sus lecturas, sobre todo la poesía de Walt Whitman, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Jaime Sabines y Federico García Lorca; y la prosa de Juan Rulfo y Julio Cortázar. A estos escritores ha hecho homenajes por medio de piezas que é llama: cartas.
Quien ha participado en más de 40 exposiciones individuales y 120 colectivas que se han presentado en México, Colombia, España, Francia, Holanda, Japón y Estados Unidos exhibe ahora una de sus propuestas plásticas más maduras.
La línea es uno de los elementos esenciales de quien estudió con pintores como Gilberto Aceves Navarro, Adolfo Mexiac y Felipe Ehrenberg. Líneas que parecen trazar palabras, rostros, cuerpos, ideas o simplemente contornos de personajes.
Los muros del también tallerista evocan ese otro significado hoy olvidado en tiempos de división e intolerancia: la sorpresa que ocultan, la intriga que despierta su presencia, la invitación a asomarse, a acercarse al otro. Las murallas de Rebolledo evocan la fortaleza del alma y de la naturaleza.