Pero nada de todo esto hubiera sido posible de no haber contado con un maestro de excepción, su tío materno Ferécides, uno de los primeros en tender puentes entre el pensamiento mítico y la filosofía. Además de él, resultó fundamental en su formación el gran Tales de Mileto, que al parecer le causó una viva impresión y fue el responsable de darle profundos conocimientos de matemáticas y astronomía, de los que también participó el principal discípulo de Tales, Anaximandro, otro de los grandes sabios de la época. Todos estos maestros marcaron a nuestro personaje, al que no tenemos que reducir sólo a la condición de matemático (que es por lo que hoy es más recordado), ya que su pensamiento filosófico tuvo también una enorme influencia.
VIAJERO IMPENITENTE
En la adquisición de sus conocimientos también tuvieron importancia fundamental los viajes. Pitágoras había nacido en 569 a.C. en la isla de Samos, que mantenía intensas relaciones con Egipto, adonde él se desplazaría urgido por Tales, que le habló de los conocimientos de esta civilización en materia matemática (sobre todo en sus aplicaciones y fórmulas prácticas, ya que los egipcios no brillaron como teóricos). Allí el azar le jugó una aparente mala pasada, ya que durante su estancia se produjo la invasión del rey persa Cambises y Pitágoras fue llevado como prisionero a Babilonia. Sin embargo, este forzoso traslado acabaría por serle muy útil, ya que se relacionó con los magos babilónicos, que eran los sabios de este pueblo, brillantes en las matemáticas pero también muy dados a los conocimientos ocultos y mistéricos.
LA SECTA DE LOS MATEMATIKOI
Al ser liberado, Pitágoras no regresó a su isla natal sino que se estableció en Crotona, al sureste de Italia. Es posible que se viera obligado a ello por causas políticas, ya que Samos estaba controlada por el tirano Polícrates. En Crotona, sus enseñanzas fueron muy influyentes, ya que allí Pitágoras fundó nada menos que una secta, entendida ésta como un grupo reducido de pupilos, auténticos elegidos, a los que explicaba sus saberes bajo la condición inexcusable del secreto, una idea muy característica tanto del Antiguo Egipto como de Babilonia. Pitágoras obligaba a todos sus pupilos –llamados matematikoi o también pitagóricos– a guardar un riguroso hermetismo sobre lo que aprendían. “No todo debe ser enseñado a todos” era una de sus principales máximas. Este grupo buscaba conocer los principios absolutos de las matemáticas: las relaciones entre los números y asimismo entre las distintas partes de una figura geométrica.
EL CULTO DE LOS NÚMEROS
Fue en ese contexto en el que Pitágoras produjo su famoso teorema sobre las proporciones entre catetos e hipotenusa en un triángulo rectángulo, que cualquier estudiante ha debido aprender, y definió la mayor parte de los poliedros regulares que existen. Estos conceptos los enseñaba como parte directa de una forma de ver el mundo: creía haber dado con el núcleo de la existencia, en el que las matemáticas serían el fundamento de toda la naturaleza, la explicación última de la realidad. De esta forma, la ciencia de los números no era una disciplina aislada de las cosas sino, muy al contrario, su fundamento básico. Así, las matemáticas vendrían a ser la religión pitagórica, una idea tremendamente avanzada para su época.
La escuela pitagórica, seguida por importantes personajes de Crotona, tuvo una fuerte influencia política, y algunos de sus adeptos se situaron pronto entre los principales líderes. Esto acabaría por causar problemas al propio Pitágoras, que se vio en medio de las luchas por el poder.
SU HUELLA EN EL CONOCIMIENTO UNIVERSAL
Así, tras ser violentamente atacados los pitagóricos por su enemigo Cilón –previamente rechazado en la secta–, Pitágoras hubo de huir a Metaponto, otra ciudad griega en el sur de Italia, donde murió. Su tumba fue venerada y, a través de sus discípulos, sus enseñanzas se extendieron, renovando de este modo el conocimiento matemático universal porque, como escribió el filósofo Jenócrates, “Pitágoras más que nadie parece haber avanzado en el estudio de los números, arrebatándoles su uso a los mercaderes y equiparando todas las cosas a ellos”.