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EFE

Un ex convento agustino del siglo XVI es la joya más relevante de Yuriria, uno de los Pueblos Mágicos de Guanajuato que ha resistido el paso del tiempo y que da cuenta de la magnificencia arquitectónica de las primeras construcciones coloniales erigidas en esa zona del centro de México.

Esta obra monumental se debe al empuje de Fray Diego de Chávez y Alvarado, cuya estatua desafía el paso de los siglos en la explanada del complejo arquitectónico.

Fray Matías de Escobar, cronista agustino del siglo XVIII, describe a Chávez y Alvarado como un hombre “natural de Badajoz” (suroeste de España) que tomó “en el convento de México el hábito” y que fue prior en “Tacámbaro, Tiripitío y Yuririapúndaro (Yuriria), todos los cuales conventos fundó”.

Chávez y Alvarado era sobrino en primer grado de Pedro de Alvarado, que participó en la conquista de México, Cuba, Guatemala, Honduras y El Salvador.

Según la información disponible en el museo del ex convento de Yuriria, también llamado de San Pedro y San Pablo, las crónicas de la época cuentan que antes de iniciar la obra de la iglesia y el convento en 1550, se urbanizó el poblado y se construyó el hospital.

La inauguración de las edificaciones religiosas se realizó en 1559, nueve años después de iniciadas.

La población autóctona que le fue confiada a Fray Diego de Chávez fue de 6 mil indígenas bautizados, según consta en los relatos de Fray Nicolás Navarrete.

Yuriria, situada a 320 kilómetros al noroeste de la Ciudad de México, se convirtió en el pueblo principal desde donde se siguió evangelizando a los indígenas de localidades cercanas, gracias también a la red de caminos construidos para tal propósito.

Entrar al claustro, cuyo acceso es restringido, y cuya preservación está en manos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), es encontrarse con un patio con corredores erigidos en dos niveles.

Como pudo constatar Efe en el lugar, los pasillos sirven de vestíbulo para las celdas de la parte superior. El corredor norte comunica con lo que fue el pasillo claustral que contenía 24 celdas distribuidas en tres dormitorios.

Según Fray Diego Besalenque, cronista agustino, el dormitorio grande era “el mayor y más ancho de la Nueva España”.

El corredor norte comunica con lo que fue el pasillo claustral que contenía 24 celdas distribuidas en tres dormitorios. Foto: EFE

Todas las habitaciones de los frailes miraban a la laguna de Yuriria, considerada la primera obra hidráulica de la América colonial que data de 1548.

Todavía son visibles a simple vista las pinturas al fresco que adornan las paredes del monasterio y los detalles del techo que asemejan nervaduras.

Llama la atención lo que parece ser una escena de la matanza de los inocentes descrita en el evangelio de Mateo.

En la parte alta, mirando hacia el pozo y patio central, existen gárgolas con las figuras que acompañaban a los evangelistas: toro, águila, león y ángel.

La cocina, hoy ocupada por una parte del museo, las despensas, el granero, la llamada sala de profundis y el refectorio se localizan en la parte baja y más antigua del convento.

Las fichas museográficas detallan que “el corredor del lado norte del monasterio da acceso a lo que fue la sala en donde los frailes reunidos en comunidad, antes de pasar a tomar sus alimentos, rezaban el salmo de profundis y los sufragios de los difuntos”.

Para ingresar al templo, una fachada majestuosa contiene elementos apreciables a simple vista y descritos en el material disponible en el museo.

“Veinticinco lirios, símbolos de la virtud, advierten del estado necesario para encontrarse con Dios, y sobre ellos, 27 conchas invitan al espíritu de castidad”, indican las fichas.

Coronando esta fachada se encuentra “San Agustín con mitra, capa y báculo, a sus costados dos escudos: el de un águila sobre un nopal y el segundo el de un águila bicéfala, emblemas de la fusión de dos culturas”.

En las cuatro columnas que flanquean el acceso, con algunos querubines cerca, se encuentran San Pedro y San Pablo, que representan a los pilares de la iglesia.

Fray Matías de Escobar, cronista del siglo XVIII, dice sobre la fachada que “es todo un vergel de flores y ramos”.

Un “pensil de piedras de cuyo primor vive sentida la naturaleza”, remata.

“Pensil de piedras de cuyo primor vive sentida la naturaleza”. Foto: EFE