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La Jornada

Desde la sede de la Organización para Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) el presidente Enrique Peña Nieto lanzó un decálogo para las reformas estructurales en un país y aseguró que el orden de los factores “sí puede alterar el producto”, pues la secuencia de los cambios variará en función del contenido de los mismos y admitió que eso ocurrió con su gobierno, pues “en el camino fuimos perdiendo aliados, expresiones que nos acompañaron” en el principio del proceso, pero que de antemano sabía él que las perderían “dada la condición ideológica de cada una de las expresiones políticas” de México.

Se inició, admitió, por la que tenía más consenso, que era la reforma educativa.

Además, dijo, mientras más pronto se inicie un proceso de transformación es lo óptimo, pues es imperativo aprovechar el mandato electoral y donde las primeras semanas y días son fundamentales para darles un impulso decisivo al proceso porque así se aumentan las posibilidades de éxito y de respaldo ciudadano.

Peña Nieto fue presentado en una conferencia magistral por el mexicano José Ángel Gurría, titular del organismo, como «un gran transformador».

Le dijo que la OCDE está lista para ayudar al próximo gobierno mexicano con sus recomendaciones a mantener la continuidad de las reformas “a las cuales hay que seguir reformando porque no siempre aceptamos a la primera y no hay que retroceder”, sobre todo de cara a los comicios del próximo año y donde muchos “ quieren aprovechar la transición pata retroceder “.

A su vez, el mandatario mexicano hizo un enumeración de los cambios legales que implicaron las reformas propuestas y aprobadas durante su mandato: 82 cambios a 51 artículos constitucionales, decretos para 37 nuevas leyes, 110 reformas a legislaciones secundarias y 46 decretos.

Entonces, refirió su decálogo para acometer un proceso reformista desde un gobierno: mientras más pronto se inicien los cambios, más posibilidades hay de lograr su aprobación; más es mejor, esto es, no debe ponerse un límite al número de reformas a impulsar.

Además, hay que procurar tener cerca a los beneficiarios de los cambios para que los apoyen frente a quienes realizan una resistencia muy activa contra aquellos.

La cuarta lección es contar con un equipo calificado que esté convencido de las bondades reformistas.

También, estar preparados como gobierno para litigar las reformas pues los tribunales pueden tener la última palabra.

Además, planteó, “el cambio es su propia recompensa” y para ganar “hay que arriesgar”, no hay detenerse.

“Un verdadero proceso transformador que busca resolver problemas estructurales implica, necesariamente, costos para quien lo promueve. Hay que empezar con una buena reserva de capital político. Quien no esté dispuesto a asumir los riesgos y enfrentar consecuencias no debe emprender un programa de reformas“.