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Van Gogh es apreciado hoy como uno de los más conocidos artistas del post-impresionismo, pero no fue reconocido mientras vivía. De las más de 800 obras que pintó en apenas ocho años, sólo vendió una, y sin embargo hoy se lo reconoce como un artista fundacional para el arte plástico moderno. Loving Vincent, una película de animación estrenada este año y que sigue hoy en las carteleras porteñas, es tanto un experimento de vanguardia como una carta de amor al artista que se propone indagar en los últimos días de su vida con un resultado que es mesmerizante, tanto de ver, como a la hora de considerar la complejidad y la cantidad de trabajo involucrada.

Vincent Van Gogh nació el 30 de marzo de 1853 en Zundert, Países Bajos, hijo de Anna Cornelia y un pastor protestante de nombre Theodorus. En 1869, tuvo su primer trabajo en una firma internacional de arte en La Haya. Allí empezó a escribirle a su hermano menor Theo una correspondencia que continuaría por el resto de su vida y que lo confirman como un gran escritor además de uno de los artistas plásticos fundamentales del siglo XX. Su trabajo lo llevó a Londres y París, pero su desinterés lo llevó a desligarse de la compañía en 1876. En 1880, a los 27 años, decidió convertirse en artista.

La película reconstruye la vida del genial pintor. Foto: Loving Vicent

Fue autodidacta, aprendiendo por su cuenta a dibujar y pintar con ayuda financiera de su hermano Theo. En 1886, conoció en París a muchos artistas, incluyendo a Degas, Toulouse-Lautrec, Pissarro y Gauguin, con quien entablaría eventualmente una amistad. Su estilo cambió significativamente bajo la influencia del impresionismo, volviéndose más ligero y luminoso. Durante este período, pintó un gran número de autorretratos. En 1888, Van Gogh se mudó al sur de francia, donde pintó su famosa serie de Girasoles. Invitó a Gaughin a unirse a él, pero pronto comenzaron las discusiones y peleas, y una noche, Van Gogh amenazó a Gauguin con una navaja y atravesado por el remordimiento, decide cortar una de sus orejas.

Este fue el primer signo de los problemas de salud mental que afectaron a Van Gogh por el resto de su vida y un episodio que como su muerte, generó teorías varias acerca de la responsabilidad del hecho y la gravedad del daño inflingido. Pasó tiempo en hospitales psiquiátricos, tuvo períodos de depresión o bien prolíficos exabruptos de actividad artística, con un trabajo de colores intensos que reflejaba la vida campestre a su alrededor. El 27 de Julio de 1890, sufriendo de depresión, Van Gogh se disparó, y murió dos días después. El cuadro que lo muestra con las vendas sobre su oreja faltante acaso selló su propio mito y colaboró con la idea de que tal vez todo genio artístico de carácter extraordinario tiene asimismo un grado inseparable de locura. Pero la locura aterraba a Van Gogh, que también se hacía la pregunta de si era posible separar su arte de sus problemáticas de salud mental en la correspondencia que mantenía con su hermano Theo.

Luego de su muerte, el arte de Van Gogh comenzó a atraer la recepción crítica, y sus colores alucinatorios parecían revelar un estado interior lleno de desesperación y dolor, asociado a la típica idea del genio romántico. Varios historiadores contemporáneos intentaron alejarse de esta idea, e interpretan el arte de Van Gogh como una búsqueda de claridad, como momentos de trabajo metódico y racional para oponerse a la locura en ciernes, diagnosticada en forma de depresión, parálisis mental, y otros posibles trastornos como epilepsia, sífilis y esquizofrenia. A su vez, otros críticos rechazan la idea de un análisis clínico de Van Gogh, y prefieren encontrar en sus cartas y en su obra misma una lectura del desarrollo de su vida, sin dividirla en la dicotomía de sanidad mental/locura, sino entendiendo la complejidad de un personaje conflictuado incluso antes del período previo a la automutilación. Teorías encontradas, como la del disparo fatal, históricamente entendido como un suicidio pero con evidencia que sugiere hoy la posibilidad de un disparo proveniente de un tercero. Una teoría ridícula para algunos y perfectamente plausible y sólida para otros, lo cierto que es el aura de misterio acompañó al artista a su lecho de muerte.

Todo el material filmado se combinaba luego con animación computarizada de elementos como pájaros, caballos, nubes, hojas en el viento y mediante filtros digitales se llegaba a un look similar a la pintura pero artificial. Foto: Loving Vicente.

Así fue entonces como Van Gogh, solitario y sin nada en las manos más que su propia herida de bala y la sangre que emanaba, falleció en su cuarto en el norte de Francia. Su trágica muerte es conocida, pero la historia de las circunstancias puntuales de su deceso, de cómo es que terminó con una bala en su cuerpo y muerto 30 horas después, continúa envueltas en un halo enigmático. Loving Vincent, una película de animación hecha a partir de 65 mil pinturas al óleo, se propone contar esa historia.

Loving Vincent es una película británico-polaca escrita y dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman. Nació como un proyecto de cortometraje en la plataforma Kickstarter, pero eventualmente el proyecto creció hasta convertirse en una película de animación hecha y derecha. La decisión de usar el estilo pictórico de Van Gogh y de hacer que cada cuadro de la película sea en sí mismo una pintura al óleo fue algo que desde el comienzo requirió un trabajo enorme a lo largo de varios años, pero los creadores del proyecto no creían que fuera posible contar la historia de Van Gogh de otra forma que no fuera a través de sus pinturas y su arte.

La historia de Loving Vincent comienza un año después de la muerte del artista, en el verano de 1891. El protagonista Armand Roulin (Douglas Booth) tiene el encargo de hacerle llegar una carta del fallecido Vincent a su hermano Theo, y en el camino, encuentra a mucha gente que conoció a Van Gogh mientras vivía, gente que aparece en los cuadros del pintor impresionista y que forman la base de muchas de las escenas del film. Los personajes (Saoirse Ronan, Chris O’Dowd, Jerome Flynn, entre otros) comparten sus recuerdos con el protagonista y así, empieza a reconstruirse la figura de Van Gogh, en base a estos testimonios y con la estética brillante, el trazo expresivo y los colores saturados que caracterizan el período más conocido de su obra.

La animación es por sí misma un logro excepcional, y el método de animación cuadro a cuadro sobre acción real recuerda un poco a los films experimentales de Richard RinklaterWaking Life y A Scanner Darkly, que usaron el método de rotoscopía (animación trazada sobre acción filmada con actores). En Loving Vincent se reemplazó la animación tradicional con pintura al óleo clásico, y 125 artistas seleccionados a partir de una convocatoria que llamó la atención de alrededor de 5000 personas llevaron a cabo un minucioso proceso que llevó varios años para obtener la película terminada, que combina animación hecha a partir de 120 cuadros de Van Gogh, y flashbacks realizados en blanco y negro a partir de fotografías de la época, donde los directores se tomaron la libertad de dramatizar momentos de la vida del artista que no habían sido plasmados en su pintura.

El cine, arte de ‘esculpir en el tiempo’ difiere esencialmente de la pintura, que se ocupa de capturar un momento particular. Para poder trasladar las pinturas de Van Gogh al cine, los creadores de Loving Vincent diseñaron un proceso que involucró storyboards hechos a partir de los cuadros, animatics generados por computadora y también sets de filmación especialmente construidos para parecerse a las pinturas de Van Gogh, y las típicas pantallas verdes de los blockbusters de gran presupuesto, utilizadas en conjunto con un sistema de monitoreo en tiempo real que ponía los fondos adaptados de las pinturas detrás de los actores, para ya visualizar en el momento de la filmación parte del proceso terminado.

La película contó con 65 mil pinturas al óleo. Foto: Infobae.

Todo el material filmado se combinaba luego con animación computarizada de elementos como pájaros, caballos, nubes, hojas en el viento y mediante filtros digitales se llegaba a un look similar a la pintura pero artificial. Luego vino la parte más extenuante del proceso: sobre cada cuadro de acción real, se realizó una pintura al óleo completa y final, en un proceso similar a la de una película de animación cuadro por cuadro. Cada pintor realizaba una pintura, la fotografiaba y luego sobre el mismo lienzo volvía a pintar el cuadro de animación siguiente, en un proceso que daba como resultado un tercio de segundo de animación por día, por artista. Ciertamente, un proceso de animación extremadamente complejo y lentísimo. Pero Welchman y Kobiela no estaban buscando romper un récord con esta película, o tratar de intencionalmente desarrollar un método de animación vanguardista (que probablemente nadie quiera repetir jamás).

Para ellos, animar con pintura al óleo aumentaba las posibilidades expresivas de la animación 2D tradicional, y la animación resultó a su vez una transposición efectiva para la obra de Van Gogh, un artista caracterizado por su rapidez a la hora de pintar y por su trazo agitado, lleno de color y luz. Tal vez los méritos de la película sean en un mayor grado artísticos y visuales que de guión y caracterización. Pero resulta entendible que sea difícil capturar la grandeza del artista y la naturaleza de su muerte en un film de una hora y media. Los directores de Loving Vincent saben y entienden que la única forma de conectar emocionalmente con Van Gogh es a través de su arte, y a pesar de la historia elemental y el diálogo declamatorio, la película alcanza momentos de enorme belleza, solo posibles gracias a que el arte de Van Gogh existe y permanece como un bastión fundamental del arte del siglo XX. También es apropiado que la trama del film gire en torno a un grupo de personajes que reconstruyen la figura de Van Gogh a través de sus testimonios, pintándolo como un artista que es imposible terminar de asir del todo, que nos llega de forma fragmentada pero con un arte total que habla por sí solo.