El documento era claro. Y tenebroso. Había sido presentado por Francisco Xavier Palacios, un modesto fraile de la Orden de Santo Domingo destinado en Oaxaca, México. Era 1790 y el Tribunal del Santo Oficio -o Inquisición- quería conocer los argumentos de este hombre que quería desviarse de su anunciada vocación por la vida religiosa. Y también esa historia que circulaba respecto a su supuesto encuentro con satanás.
“Yo, Francisco Xavier Palacios, hago donación de mi alma al Príncipe de las Tinieblas en su posesión de que me hace cumplir lo que le he pedido. Yo no reconozco a otro Dios sino a él, así prometo de hoy en adelante no creer nada de lo que creen los cristianos y reniego del nombre de cristiano”. Ese fue el documento que presentó ante la corte que lo juzgaba y atendía su caso. Pero los intrigantes hombres de la Iglesia sospecharon que el fraile pretendía algo más y que en su comparecencia mentía.
La historia de Palacios salió a la luz tras el hallazgo de uno de los tantos documentos dados a conocer por el Archivo General de la Nación de México durante los años de la temible Inquisición.
Todo comenzó a partir del amor entre Palacios y una jovencita de nombre Josefina. Ciego de amor, el hombre cuya vida religiosa era poco interesante y para nada devota, hizo caso al pedido de su amada quien le exigió que se internara en el monasterio de la Orden de Santo Domingo para ahondar en su vida ascética. Pero el muchacho, que no estaba muy interesado en ser fraile, pronto se cansó de la monotonía de la meditación y de verse rodeado de otros monjes.
Fue así que ideó un plan. Amenazado por Josefina en no dejar por ninguna razón el monasterio e imposibilitado de hacer nada, Palacios decidió volcarse a la ficción. Fue así que inventó que había hecho un “pacto con el diablo” por el cual no le quedaría más opción a las autoridades que expulsarlo para no contaminar al resto de la comunidad.
Pero su descripción del demonio y los términos del supuesto acuerdo no convencieron a los monjes. Fue por eso que se dio intervención a la Inquisición, quien juzgó a Palacios e investigó el caso en profundidad.
El joven fraile dijo que durante mucho tiempo estuvo invocando al diablo. Y que finalmente una de las fórmulas pronunciadas hizo posible la aparición del macabro sujeto. Lo describió: “21 años, rostro regular, semblante áspero, de aspecto melancólico, vestido con capa negra y birrete blanco”. Las palabras que salieron de la boca del príncipe de las tinieblas fueron las siguientes, según el relato de su interlocutor: “He venido a que cumplas lo que me prometiste”. Palacios dijo haber firmado con sangre el acuerdo con el amo del infierno, según figura en el documento.
En su contrato, el tímido fraile dijo que además el joven diablo le había dado una muñeca para que adorara en su nombre. Era la primera vez que el imperturbable inquisidor –Antonio Bergosa y Jordán– escuchaba hablar de una muñeca entregada en persona por el demonio a uno de sus fanáticos. Las sospechas crecieron y nadie creyó la versión de un abrumado Palacios quien finalmente confesó la verdad: jamás juró lealtad al demonio y mucho menos lo había conocido, desde luego.
¿Y la muñeca? Se preguntaron todos. Hecha de trapo, fue un regalo que Josefina le había hecho para que no se olvidara de ella. Tenía un objetivo erótico y no tenebroso, según las órdenes que le había dado su propia amada: “Te mando con lo que has de jugar aunque yo no quisiera que jugaras con eso, sino conmigo, cielo de mi vida”, le escribió su novia según consignó el diario español ABC.
Bergosa y Jordán quedó convencido de que ese juguete era “para fomentar su lujuria para deleitarse con ella torpemente con la memoria de sus tratos con dicha mujer”. La sentencia no fue la muerte, desde luego, sino la cárcel. Palacios fue recluido en una de las celdas secretas de la Inquisición por haber negado la religión, no por su trunco contrato con el demonio de 21 años.