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Una cueva que los antiguos romanos creían que era una puerta al inframundo era tan letal que los animales eran sacrificados sin intervención de la mano del hombre y sin dañar a los sacerdotes humanos. ¿Cómo es posible? Un equipo de científicos ha descubierto por qué: una nube concentrada de dióxido de carbono asfixiaba a todo el que la respiraba. Incluso los pájaros que hoy día se aventuran a volar por las inmediaciones desfallecen al instante, cayendo muertos junto a las antiguas piedras. Todo a causa de una gruta que data de hace 2.200 años de la que emana dióxido de carbono volcánico en concentraciones mortales. La cueva fue redescubierta por arqueólogos de la Universidad de Solento (Italia) hace tan solo 7 años.


La cueva se encontraba ubicada en una ciudad llamada Hierápolis en la antigua Frigia, actual Turquía, y se usaba para sacrificios de animales -toros y otros animales- llevados a través del Plutonium, el Templo a Plutón, para el dios clásico del inframundo, por sacerdotes castrados.

Mientras los sacerdotes llevaban a los toros a la arena, los ciudadanos podían sentarse en asientos elevados y observar cómo los vapores que emanaban de la puerta los llevaban a la muerte.

«Este espacio está lleno de un vapor tan brumoso y denso que apenas se puede ver el suelo. Cualquier animal que entre se encuentra con la muerte instantánea. Lancé gorriones y de inmediato respiraron y se cayeron», escribió el historiador griego Strabo en el año 64 a.C.

Fue este fenómeno descrito por Strabo el que alertó al equipo de arqueología sobre la ubicación de la cueva. Lo curioso es que miles de años después, la cueva sigue siendo tan mortal como siempre.

El culpable de este fenómeno es la actividad sísmica bajo tierra, según el vulcanólogo Hardy Pfanz de la Universidad de Duisburg-Essen (Alemania), que ha llevado a cabo una nueva investigación sobre el gas de filtración de la cueva. Una fisura que corre en las profundidades de la región emite grandes cantidades de dióxido de carbono volcánico.

 

 El equipo tomó medidas de los niveles de dióxido de carbono en la arena conectados con la cueva y descubrió que el gas, un poco más pesado que el aire, formaba un «lago» que se elevaba 40 centímetros por encima del suelo.


Este gas es disipado por el sol durante el día, pero es mortal al amanecer después de una noche de acumulación. La concentración alcanza más del 50% en el fondo del lago, llegando a alrededor del 35% a 10 centímetros, lo que incluso podría matar a un humano. Por eso los sacrificios tenían lugar nada más comenzar el día, en plena aurora.

Durante el día, todavía hay algo de dióxido de carbono que se extiende alrededor de 5 centímetros, evidenciado por los escarabajos muertos encontrados por el equipo de investigación en el suelo de la arena. Y dentro de la cueva, estimaron que los niveles de CO2 oscilaban entre el 86 y el 91% en todo momento, ya que allí ni el sol ni el viento pueden entrar.

 

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Una ceremonia que atraía a turistas

 

Los espectadores verían grandes y fuertes toros sucumbir a los humos en cuestión de minutos, mientras que los sacerdotes se mantenían fuertes y saludables, un testamento del poder de los dioses, supuestamente.

Sin embargo, los investigadores creen que los sacerdotes eran muy conscientes de las propiedades de la gruta y su arena, y probablemente realizaron grandes sacrificios al amanecer o al atardecer en días tranquilos para obtener el máximo efecto.

La presencia de lámparas de aceite también sugiere que los sacerdotes se acercaban a la cueva por la noche, según el investigador Francesco D’Andria.

 

Este descubrimiento podría ayudar a revelar las ubicaciones de otros Plutonium mediante el estudio de la actividad sísmica.

 

Referencia: Deadly CO2 gases in the Plutonium of Hierapolis (Denizli, Turkey). Hardy Pfanz, Galip Yüce, Ahmet H.Gulbay, Ali Gokgoz.Archaeological and Anthropological Sciences 2018. DOI: https://doi.org/10.1007/s12520-018-0599-5

 

Crédito imágenes: Francesco D’Andria