Un actor mediocre, John Wilkes Booth, en esa noche de viernes del 14 de abril, hace exactos 153 años, acabó no sólo con el decimosexto Presidente de los Estados Unidos: también con el hombre que terminó con la Guerra de Secesión (Norte contra Sur, 1861 a 1865, más de un millón de muertos), y que abolió la esclavitud: la más negra bandera del país que el pensador, político e historiador francés Alexis de Tocqueville (1861– 1865) juzgó como el mayor modelo de democracia y la futura mayor potencia de la Tierra.
Rendido el general Robert Lee ante su par Ulysses Grant… ¡tres millones de esclavos fueron inmediatamente emancipados! Crujió la economía del Sur, dependiente de los espinosos algodonales –copos con espinas, manos sangrantes de los negros–, fracasó la Confederación (ruptura del país), y triunfó la Unión. Pero, ¿quién fue Abraham Lincoln? En principio, un campesino. Nació (12 de febrero de 1809) en una cabaña de troncos cerca de Hodgenville, Kentucky, hijo de colonos, en tiempos del salvaje oeste inmortalizado por el cine.
Sus 22 años lo encuentran nómade y buscando su destino en Luisiana, Illinois, Nueva Salem. Trabajo duro: tendiendo rieles de trenes, hachando troncos, batiéndose contra los indios. Depués, jefe de correos y otros mesteres menos agobiantes y peligrosos, estudiante de Derecho, abogado, diputado en Illinois por el Partido Whig durante siete años.
Cumple sus 47 años en el recién fundado Partido Republicano, pierde sus primeras elecciones, pero en 1860 es ungido Presidente de los Estados Unidos. Desde luego, arrasando en el Norte, y con pálidos apoyos del nostálgico Sur esclavista…
Cuatro años más tarde…, ¡reelecto! Desde su austero despacho –austero como su ropa, su casa, toda su vida– anuncia su apoyo el derecho (limitado) al voto para los negros de Luisiana… preludio del voto para toda la negritud.
Ese día, en algún rincón de odio secesionista, alguien funde la bala que lo matará, John Wilkes Booth carga con ella su pequeña pistola Derringer plateada con cachas de nácar… usada por pistoleros, tahúres y nuevos ricos, y lo mata en su palco del Teatro Ford al grito, en latín, que significa “¡Así siempre a los tiranos!”. La agonía de Lincoln, atendido por el joven médico militar Charles August Leale, duró nueve interminables horas. Murió a las siete de la mañana sin recobrar el sentido. Booth y varios de sus cómplices fueron capturados y ahorcados. El cuerpo del prócer fue llevado en tren, y pasó por varios estados: una ceremonia fúnebre fastuosa, lágrimas y vivas en todo el recorrido, y su descanso final en el cementerio de Oak Ridge, Springfield, Illinois.
¿Cómo fue en su vida fuera de la política? Un carácter variable: horas de euforia y horas de sombrío silencio. Casado con Mary Todd (1809–1865), tuvieron cuatro hijos: Robert, Edward Baker, William Wallace y Thomas. Sólo el primero llegó a viejo: 83 años. Dos murieron en la niñez, y el cuarto a los 18. Marcas a fuego… La Primera Dama era de familia rica y gran figuración social… pero insoportable. Odiaba la vida en la Casa Blanca, tenía brutales ataques de celos, gastaba compulsivamente, y pasó largos meses internada por insanía. Murió, con su salud muy quebrantada, a los 64 años. Ella y Abraham fueron agua y aceite. Él, introvertido y poco (o nada) sociable. Ella, “vivaz, absorbente, ambiciosa y voluble”, según testigos.
En realidad, el gran hombre tuvo un amor secreto: Ann Mayes Rutledge, nacida en Nueva Salem, Illinois… y muerta apenas a los 22 años. Estuvo casada con John MacNamar, un turbio personaje, y al tiempo, ella y Abraham empezaron una relación epistolar cada vez más intensa…, hasta que una epidemia de tifus la arrancó del mundo. Sólo una vez, y ante un gran amigo, el gigante reconoció que “en verdad estaba enamorado de ella. La amé de verdad y profundamente. Era una bella chica que hubiera sido una buena y amante esposa. Suelo pensar en ella todavía, pasado tanto tiempo”. Llegar a Washington y entrar al Lincoln Memorial no es sólo un estremecedor impacto estético y marcial de mármol de Georgia, estilo dórico griego y palabras talladas simples pero de gran significado histórico: “En este templo / como en los corazones de la gente / por quien salvó la Unión / la memoria de Abraham Lincoln / se consagra para siempre”.
Nada más justo. Nada más cierto.