El Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa recordó ayer que su primera novela, La ciudad y los perros, tuvo “ocho palabras prohibidas” por la dictadura del español Francisco Franco por ser considerada una obra “disidente”.
Al principio, la censura quería cortar mucho de la novela. La batalla duró cerca de un año y al final tuvo ocho palabras prohibidas que se cambiaron por sinónimos”, dijo el escritor en el encuentro “El placer de leer”, que se llevó a cabo en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá.
En el evento, que forma parte de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), Vargas Llosa sostuvo que, entre otras, los censores del franquismo hicieron que se utilizara “vientre de cetáceo, en lugar de vientre de ballena, para no ridiculizar a la institución militar”.
También, comentó entre risas, “escandalizaba que mencionara que al curita, que es un capellán del colegio militar, se le había visto con ojos afiebrados merodeando los burdeles del Callao, por lo que insistieron en que escribiera mejor prostíbulos”.
Luego de las discusiones el libro salió en 1963 “sólo con ocho palabras cambiadas”.
Sin embargo, aclaró, en la segunda edición de La ciudad y los perros se lograron “restablecer las ocho palabras prohibidas. Eso da una idea de lo que significaba la censura en los tiempos de Franco”.
Para el peruano, ese episodio de su carrera lo hizo entender que no existe una literatura políticamente correcta. Eso, aclaró, “es matarla”, porque no se trata de una “versión edulcorada de la realidad”, sino que refleja “lo que es, lo que hay”.
De lo anterior se desprende el hecho de que “la libertad es esencial si queremos tener una literatura creativa, que sea disidente, y el poder se ha dado cuenta de eso”.
Por ello, dijo, los regímenes ven los libros como “un peligro, pues despiertan un espíritu crítico en la sociedad que la lleva a transformarse”. Hoy, precisó, “por fortuna prácticamente la censura no existe”.
Vargas Llosa, que presentó esta semana en Bogotá su nueva novela, La llamada de la tribu, ahondó durante la charla en lo que la literatura significa hoy en el escenario mundial. “La literatura crea gentes descontentas y esa es, definitivamente, una contribución al desarrollo”, afirmó.
De no permitirse esa libertad a los escritores, la realidad estaría “castrada”. De hecho, “no hay nada mejor que la literatura para hacernos entender que el mundo está mal hecho y debemos cambiar”.