Tras los dorados y el refinado erotismo de que hace de Gustav Klimt un favorito del gran público, hay muchas historias de expolio y muerte causada por el terror nazi y que una exposición recuerda ahora con motivo de la conmemoración este año del centenario de la muerte del pintor.
El público de Klimt es muy poco crítico. Les gustan los dorados, la estética”, cuenta Niko Wahl, curador junto a Marion Krammer de la exposición Klimt perdido, y que explica que esta muestra quiere completar esa visión superficial.
Para ello, la Villa Klimt de Viena, donde una vez estuvo el taller del pintor, acoge hasta septiembre esta muestra que narra no sólo la historia de esos lienzos, sino también de quienes los encargaron y compraron y que luego los perdieron, a veces junto a la vida, cuando la Alemania nazi anexionó Austria en 1938.
Klimt es quizás el artista que más se relaciona con arte expoliado durante el III Reich, por el gran número de casos y por la relevancia mediática de algunos de ellos, como el de la Adele dorada, que Austria tuvo que devolver en 2006 a los herederos del industrial judío al que pertenecía, tras décadas de batalla legal.
Hay muchos casos de Klimt porque había muchos coleccionistas judíos”, aclara Wahl.
Familias que en la Viena de principios del siglo XX pertenecían a una burguesía pudiente, con inquietudes culturales y que adquirían obras de Klimt, ya entonces una gran estrella, por diferentes motivos, entre ellos una amistad o relación cercana con él.
El curador explica que una de las peculiaridades de Klimt es que dos tercios de su obra están hoy en día en museos (antes de 1938 sería un 10 por ciento) y muy poco en colecciones privadas.
Museos, la mayoría estatales, a los que llegaron después de expoliar o forzar a vender a sus propietarios.
Museos como el Belvedere, de donde salieron la Adele dorada y otras cuatro piezas; o la Galería Albertina, que en 1942 compró en una subasta el dibujo Mujer con boa de piel, confiscado por la Gestapo y que los dueños legítimos no recuperaron hasta el año 2000.
La exposición ejemplifica cuán difícil fue durante décadas lograr la restitución de arte robado con fragmentos de un carta de 1973 en la que la entonces ministra de Ciencia le recomendaba al canciller socialdemócrata Bruno Kreisky no devolver una pieza ante el riesgo de que eso provocara una cadena de solicitudes.
En 1943 se celebró en Viena una exposición dedicada al pintor en la que un tercio de las obras había sido arrebatada a sus dueños.
Para aumentar la infamia, los cuadros pasaron por el filtro ario y se eliminó cualquier referencia a sus propietarios judíos.