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La Razón / Por Raúl Campos

Dentro de la ciencia ficción, el subgénero body swapping se ha convertido en una herramienta narrativa, utilizada en todos los distintos medios creativos por la simplicidad de su premisa: dos o más personas o entidades intercambian sus cuerpos por arte de magia, obra divina o tecnología.

Casi la totalidad de los trabajos que la emplean centran su argumento en qué es lo que ocurre tras dicho evento; no obstante, la arquitecta y artista de cómic española, Emma Ríos, quien ha trabajado con grandes estudios como Marvel e Image, decidió atacar en su novela gráfica I.D. este concepto desde una perspectiva más vigente: el por qué alguien decide o quiere cambiar de cuerpo.

I.D. es una obra cyberpunk: se desarrolla en un futuro en el que la humanidad está en plena era espacial y donde Fobos y Deimos, las lunas de Marte, se han convertido en centros mineros donde impera la esclavitud. Mientras tanto, la narrativa central ocurre en una parte terraformada de lo que se sugiere es el planeta rojo: ahora una colonia distópica en la que las manifestaciones en contra del gobierno y su actuar en los satélites, son sofocadas con extremo lujo de violencia y donde los actos de “terrorismo espacial” son festejados por los adeptos de la resistencia.

Aunque ése sólo es el contexto: I.D. se centra en el encuentro de tres sujetos voluntarios para someterse a un proceso experimental, desarrollado a partir de la “optogenética” y “genes de araña”, para trasplantar sus mentes a un nuevo cuerpo:  Noa, una delgada joven de 17 años que anhela salir de su prisión corporal y tener el cuerpo de un hombre; Miguel, un psiquiatra y exconvicto obsesionado con los desórdenes de identidad; y Charlotte, una escritora que padece “aburrimiento”.

No es una novela gráfica de “acción”: no hay combates ni peleas, los personajes no buscan acabar con “la amenaza”; a través de las distintas conversaciones los protagonistas, unidos por la idea de que el trasplante de cuerpo es la solución a sus problemas, cuestionan y tratan de comprender los conceptos de identidad física, la bioética, aceptación propia, la forma en que los cambios físicos pueden afectar la psique, y las implicaciones legales que implican el ser alguien “distinto”.

Sólo posee un muy breve pasaje de acción, el cual no pretende ser un espectáculo vistoso del poderío de los protagonistas, sino que es un acontecimiento clave para consolidar sus motivaciones y personalidades.

Ríos se autodefine como amante de la divulgación científica y la ciencia ficción “dura”, y para forjar I.D. trabajó junto al neurólogo Miguel Alberte Woodward, para lograr que la ciencia detrás de la “optogenética” fuese una hipótesis factible: “teníamos claro que no queríamos que hubiese copia de cerebros, ni mapeo, ni nada que pueda quedar en un soporte de silicio. No quería usar nada que pudiera copiarse, porque la identidad es algo individual”.

Su apartado gráfico realizado en sombras rojizas, cuestión que además de darle una vibe nostálgica y de tranquilidad, resalta el concepto del cambio de cuerpo y lo torna introspectivo. Por ello, I.D. es una obra imperdible tanto para los amantes de la ciencia ficción como para quienes están interesados en el tema de la identidad de género y sexual.

 

 

El Dato: La autora española ganó el premio a la Mejor Autora Revelación en el Expocómic 2008. Su incursión en el género fue con A prueba de balas.