María del Carmen Martínez Martínez, de la Universidad de Valladolid, España, es reconocida por investigaciones que han aportado datos inéditos sobre personajes de la Conquista, como el propio Hernán Cortés. Recientemente visitó la entidad veracruzana, pues participó en la conmemoración de los 500 años de la fundación del primer cabildo de América.
A propósito de tal suceso, escribió el capítulo “1519, los primeros pasos de Veracruz” en la obra Veracruz. Puerta de cinco siglos 1519-2019, tomo I, coordinado por Carmen Blázquez Domínguez, Gerardo Galindo Peláez y Ricardo Alejandres Teodoro, y editado por el Gobierno del Estado de Veracruz. Como parte de su visita, compartió una conferencia en la Unidad de Humanidades de la Universidad Veracruzana (UV), organizada por la Maestría en Historia Contemporánea, adscrita a la Facultad de Historia.
En entrevista para Universo, citó que en ese capítulo recupera los primeros pasos de la fundación del cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz y pone de relieve la trascendencia que tiene el conocer tal documento, que se firmó el 20 de junio de 1519 y se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla, España. “Es el documento, hasta la fecha, más temprano conocido de la presencia de los españoles en el territorio que hoy conocemos como México y que Cortés propuso que se llamase la Nueva España”.
¿Qué significa para usted la Conquista?
El siglo XVI es de expansión por parte de los reinos de Castilla y Portugal, fundamentalmente marítima. Unos llegaron a Asia; Castilla llegó al territorio americano. Es un siglo de gran dinamismo, de incorporación del conocimiento.
En ese avance por el recorrido de las costas, de los golfos, cayos e islas se bautiza esa geografía, casi casi en un proceso de apropiación, porque se asume esa realidad. También se mantienen topónimos de la época anterior –de hecho hay algunos que tienen un nombre hispano y no prosperan en el tiempo, pues se mantiene la denominación indígena.
Se incorpora un mundo de conocimiento que no siempre es suficientemente valorado. La farmacopea del viejo mundo se enriquece con la variedad de plantas que hace que la curiosidad científica lleve, desde fechas tempranas, a un médico como Francisco Hernández a pasar años en la Nueva España y hacer un inventario de cosas no sabidas, ver la utilidad de determinadas plantas, reflejar esa fauna, esa flora, esas costumbres.
Eso es algo que hoy entendemos fácilmente, cuando un registro gráfico o una cámara de televisión nos acerca el mundo en tiempo real, mientras que en el siglo XVI había que sortear esa comunicación por otras vías, porque era a lo que se tenía alcance; y ahí está la narración escrita, que amplía el mundo con obras que se “devoran” –en el sentido de que se reciben con gran curiosidad en la vieja Europa.
Es el caso de la obra de Francisco López de Gómara, que se publicó en 1552; al siguiente año se prohibió su impresión en España, pero tiene un gran número de ediciones en Europa –en castellano y también en otras lenguas.
A mí me resulta particularmente emocionante moverme en la geografía que he leído. En Veracruz, situar la vista frente al islote de Ulúa e intentar hacer un ejercicio de viaje en el tiempo, quitar la arquitectura contemporánea y dejar la imaginación a ese espacio que sigue teniendo una serie de improntas que marcaron los desembarcos, como puede ser la temperatura, la sensación térmica.
Es valorar la historia en un contexto también de dimensión. La vieja Europa es grande, pero en geografías muy pequeñas si consideramos las distancias que hay que recorrer de la mar del norte a la del sur y ver cómo esas narraciones, relaciones y representaciones cartográficas van dibujando lo que hoy es el territorio mexicano.
¿Qué detonó su interés por estudiar la Conquista y desde cuándo?
Se remonta a la época en que estudiaba en la Universidad de Valladolid, donde había la Especialización en Historia de América, que tenía una sección dentro de los estudios de la Facultad de Filosofía y Letras. Eran finales de los ochenta y me gustaron las materias que había cursado durante la especialidad, y cuando concluí mi licenciatura concursé a una beca.
La beca tenía como línea prioritaria de investigación los desplazamientos migratorios españoles a América, estábamos en los años previos a 1992. Empecé a trabajar con fuentes del Archivo General de Indias, con el que se inició mi actividad investigadora.
Aquel trabajo me permitió seguir el desplazamiento de gente de Castilla y de León al Nuevo Mundo, utilizando los libros de pasajeros de la Casa de la Contratación y, con una limitación cronológica, el reinado de la Casa de Austria y –también con un espacio geográfico definido, porque había otros grupos de investigación que estaban analizando desde el punto de vista regional– los desplazamientos migratorios.
Empecé con un estudio que incorporó muchas personas, pero que en su presentación tenía una finalidad más bien de tipo global, de ver la procedencia de las distintas provincias de lo que hoy configura la comunidad autónoma de Castilla y León. No fue posible en ese momento, por las limitaciones –ya fue todo un avance introducir toda la información en bases de datos, trabajar con un análisis estadístico– de analizar trayectorias particulares de muchos de los nombres que había encontrado.
Pero sí me surgió el interés en el desarrollo de la investigación. Traté de acercarme a otros archivos y uno de ellos fue el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid –la Chancillería era uno de los tribunales del reino– y esos fondos documentales estaban mucho menos trabajados, porque por su carácter de documentación judicial requiere cierta especialización, familiarización y paciencia, ya que hay que leer mucho para extraer pocos datos.
Pero a veces se te presenta un universo interesantísimo y ahí también descubrí otra faceta investigadora a la que dediqué bastantes años –y que no he abandonado nunca, porque me sigue interesando–, que es el de la correspondencia.
Acudí a la documentación judicial para ver si se podían establecer nexos entre la relación de Castilla y América, y realmente fue una sorpresa, porque hay pleitos en los que existe documentación americana, porque los litigantes tenían algún vínculo con alguna localidad del ámbito jurisdiccional del Tribunal y acudían a éste para dirimir, por ejemplo, las herencias.
Las herencias se discutían entre un pariente o un hermano que había permanecido en la península y otro que se había instalado en territorio americano, pero que litigaba por tener un lugar en ese patrimonio familiar.
Marcaba otra faceta del desplazamiento migratorio que no traducen los libros de registro, en los que simplemente se anotan el nombre de la persona que va a embarcar, una pequeña referencia de filiación, cuál era el destino –de forma genérica, Nueva España o Perú– y elbarco en el que se le otorgaba licencia para hacer el viaje; pero no hablaba de porqué abandonaba su localidad, tampoco es una fuente que permita recuperar qué hizo en el territorio americano ni qué vínculos mantuvo con la patria chica.
Entonces, en el afán de seguir algunas trayectorias particulares, esta documentación judicial me proporcionó información de gran interés, porque aparecían partidas de bautismo y sobre todo cartas privadas.
Y las cartas privadas que localicé en esos procesos judiciales desde el siglo XVI hasta el XIX me permitieron publicar un voluminoso libro que titulé Desde la otra orilla: cartas de Indias en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (siglos XVI-XVIII), porque marcaba esa conexión. Ahí se recuperaban las historias personales, ese hilo comunicativo a medias porque no se encuentran en esos procesos las cartas de ambos lados, sino aquellos textos en los que algún párrafo, frase o algo que se decía tenía relación con el motivo del litigio.
Al hilo de esa correspondencia recuperé facetas de gran interés, de personajes significativos, entre ellos destaco la correspondencia y los memoriales que localicé de un pleito de Hernán Cortés en la Real Chancillería de Valladolid. Algo que recondujo un poco mi actividad hacia el personaje.
Yo había hecho aspectos relacionados con la emigración, desde las condiciones de la travesía y cómo se preparaba el viaje –porque había que comprar todo lo necesario, desde la cama hasta los alimentos que se iban a consumir durante la travesía.
Pero en la revisión de esa documentación judicial di con un pleito en el que estaba involucrado Hernán Cortés (de los años que vivió en la ciudad de Valladolid, en su etapa final en aquella península), algo que me invitó a seguir tirando del hilo y a seguir buscando información relativa al personaje.
Cuando me pongo a leer ese proceso y esas cartas, uno piensa “qué va a escribirse nuevo de Cortés, si ya está todo dicho”, y además contábamos ya en esas fechas con esa magnífica biografía escrita por José Luis Martínez.
Pero hasta que no lo tuve en mis manos, no puede comprobar que aquel corpus documental era inédito, algo que anima a un investigador a trabajar. Publiqué ese corpus documental (se tituló Hernán Cortés. Cartas y memoriales) que recuperaba esas cartas privadas que él cruzó con diferentes personajes, fundamentalmente con un pariente, el licenciado Francisco Núñez de Valera, que fue desde fechas tempranas su representante en España.
En ese proceso se conservan también las únicas cartas que se conocen de los padres de Hernán Cortés. A Martín Cortés se le había hecho iletrado, y escribía; y fue realmente el que movió los hilos de los asuntos de su hijo durante los años que vivió, hasta 1527.
En esas cartas que son 20, 19 del padre y una de la madre –que firma Catalina Pizarro, no sabía escribir muy bien, pero era capaz de tomar la pluma y firmar una carta–, se publicaron bajo el título En el nombre del hijo. Cartas de Martín Cortés y Catalina Pizarro.
Entonces, ¿en la historia de la Conquista no todo está dicho?
No. De hecho invito a los estudiantes y a los investigadores a no quedarse con lo que ya esté publicado y valorar las publicaciones en el contexto en el que aparecieron. Porque las grandes recopilaciones que se hacen de documentos en el siglo XIX, se hacen en un contexto de acceso a las fuentes, de dificultad para localizar la información, si no está descrita por estos profesionales a los que debemos tanto los investigadores, que son los archiveros.
El esfuerzo que se hizo en el siglo XIX hay que valorarlo y no hay en absoluto que dejar al margen lo que supuso en ese momento –en el que el acceso a los archivos era mucho más restringido–. Pero la labor de clasificación de los documentos, la digitalización, el acceso a la información que tenemos en la actualidad invita a que se puedan revisar esos textos, a veces no siempre bien leídos, con errores que arrastramos o que nos permitan rectificar cosas que se han dicho y todos hemos repetido.
¿Como cuáles?
Por ejemplo, todos para la época de la Conquista, esa etapa de asentamiento de los peninsulares, seguimos una serie de obras que son referencia, casi libros de cabecera. En el caso del ámbito de la Nueva España se acude a Fray Bernardino de Sahagún, a los propios textos de Cortés, a la Carta del Cabildo, a lo que escribió Francisco López de Gómara y a esa figura tan leída que es Bernal Díaz del Castillo.
Díaz del Castillo es un autor que debe ser, desde mi punto de vista, releído y valorado más que en su aspecto literario, que es el que seduce –es una pluma muy amigable, que anima a devorar las páginas de ese extenso texto, porque escribe con familiaridad, sintiéndose uno integrante de la tropa–, pero hay aspectos que hemos repetido porque lo dice Bernal.
Entre ellos, todos los acontecimientos que rodean a la muerte de Gonzalo de Sandoval, el capitán tan cercano a Hernán Cortés y que regresa con él a Castilla en 1528 y fallece después de desembarcar.
Ese capítulo lo narra sólo Bernal, no lo narran otros cronistas, y todos hemos repetido que Gonzalo de Sandoval falleció en Palos, que el posadero le robó 13 barras de oro, que se enterró en el Monasterio de la Rábida.
Pero revisando la documentación, uno puede comprobar, como he tenido ocasión de hacerlo y publicarlo, que hay un pleito que se suscita a raíz de la muerte de Gonzalo de Sandoval, y que contiene su última voluntad, es decir, su testamento.
Dictó testamento en la Villa de Niebla, falleció en esa localidad y estableció que si sus padres lo consideraban así, sus restos reposaran en Santa Cecilia, en la Villa de Medellín, de la que era originario.
Narran los acontecimientos que rodean a su llegada, ya muy enfermo a la Villa de Niebla, que se percató de que uno de los cofres que tenía fue forzado, por lo tanto se sustrajo algo de su interior y esa sustracción que se comprueba en la Villa de Niebla, habla de cierto oro que se le robó.
Ese robo se sitúa en la posada en la que se alojó la primera vez, pero ya no podemos repetir la historia de Bernal Díaz del Castillo, porque hay documentos de 1528, contemporáneos de la propia peripecia en la que se vio envuelto el personaje, que animan y obligan a rectificar lo escrito por Bernal.
En ese sentido, hay otros muchos aspectos que pueden ser puntualizados o conocidos mejor, porque tenemos acceso a una documentación más amplia, mejor clasificada y que anima al investigador a bucear en ella.
Han planteado que quien escribió La Historia verdadera fue Cortés y no Díaz del Castillo. ¿Qué opina al respecto?
El planteamiento está bien como espacio para el debate, pero no tiene ningún tipo de sustento que permita asegurar que Hernán Cortésescribió La Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, no se puede argumentar que por los hechos narrados ahí nadie podría conocerlos mejor que el propio Cortés, porque cuando uno lee el texto de Bernal Díaz del Castillo y los escritos de Cortés, el estilo es diferente.
Bernal sí que es un autor que invita a que se reflexione sobre su texto. Se ha escrito muchísimo sobre la obra, más bien desde el ámbito de la literatura que de la mera historia; pero hay otros acontecimientos –y me remito de nuevo al de Gonzalo de Sandoval– que Cortés no hubiera podido narrar en los términos en los que lo hace Bernal, no hubiese incurrido en un error de ese calibre.
Lo que hay que preguntarse es por las fuentes de Bernal Díaz del Castillo y por el uso que ha podido hacer de información que circula escrita, porque en esa propuesta a Bernal se le hace persona poco docta, simplemente porque en su texto dice que él es un idiota sin letras; algo que con la expresión no quiere decir que no sepa leer y escribir, sino que no tiene grado, como podía tener un bachiller o un licenciado.
A Díaz del Castillo lo espolea, lo anima en buena medida el conocimiento del relato de Francisco López de Gómara, otro cronista muy vinculado a la figura de Hernán Cortés, al que el padre Las Casas tildó de capellán y cronista de éste. Podemos aceptar la segunda parte, pero no la primera, porque el entorno cortesiano durante la etapa final de su vida en Castilla permite conocer los nombres de quienes actuaron como capellanes suyos y no aparece la figura de López de Gómara.
Nada está cerrado. Hay cuestiones asumidas. Lo que se pueda respaldar documentalmente hemos de rectificarlo. Las propuestas son eso, pero para mantenerlas y que sean creíbles hay que acreditarlas y respaldarlas.
¿En España se estudia por la academia y enseña a los jóvenes de manera suficiente la historia de la Conquista?
El proceso de impartición de los conocimientos de historia siempre pasa por tener que acomodar a un programa contenidos de un largo proceso de la humanidad, por lo tanto hay que contemplar todas las etapas. Personalmente, creo que la historia de América no está suficientemente representada.
Procedo de una universidad que ha contado con una especialización en la historia de la América ibérica (de los siglos XVI al XVIII) y los estudiantes cuentan con profesorado formado al respecto.
Pero esa realidad no se da en todas las universidades, dependiendo el programa formativo hay una mayor incidencia en esta etapa. La Nueva España forma parte de esa gran área que hay que acomodar en su evolución histórica, desde la etapa prehispánica, porque tampoco se puede entender, y eso me interesa recalcarlo, la época española sin considerar la propia tradición indígena.
América tenía historia antes de que llegaran los europeos. Y tenía ámbitos con un desarrollo cultural muy notable, como lo es el mexica, que hizo que la ejecución de algunas de las piezas que Cortés mandó a Carlos V, cuando fueron contempladas en Europa, alguien de una sensibilidad tan fina como Alberto Durero dijera que se le alegra el corazón.
Eso hay que valorarlo también. Porque es un elemento que a partir de la llegada de los españoles confluyó. La realidad fue diferente. España no quiso ni pudo reproducirse en América, lo que surgió fue una nueva realidad en la que se integraron elementos de muy diferente procedencia –el de la población aborigen, la europea y se sumó la africana– predominaron más o menos, dependiendo del ámbito geográfico, uno u otro.
Eso dio origen a una nueva realidad, rica y plural, que nos sigue vinculando con muchísimos elementos, como la lengua. Sin que ello suponga, pese a lo que muchos han dicho, la anulación de las lenguas indígenas.
Los religiosos aprendieron y conservaron parte de esas lenguas indígenas en el desempeño de su labor evangelizadora, para entenderlo tenemos que situarnos en el contexto del siglo XVI, porque si lo hacemos desde el XXI no entendemos las cosas correctamente.
Hoy tenemos esos diccionarios de náhuatl, quechua, aimara, que recuperan lenguas, en su momento a la occidental o con una visión europea –si se me permite la expresión– pero ahí están.
Además, en el ámbito de la administración de justicia, en la Nueva España los naturales podían declarar en su lengua (náhuatl, otomí, zapoteco) y había un intérprete que traducía para el escribano de la audiencia.
Dijo “España no quiso ni pudo”, o más bien quiso, pero no pudo.
No quiso ni pudo. No es un modelo rígido, lógicamente. Los hombres que llegaron traían un bagaje y una tradición cultural que no podían omitir. De la misma manera que hoy nosotros, cuando nos movemos por el mundo, lo hacemos con nuestro contexto cultural, y para entender algunas realidades que nos resultan no fácilmente comprensibles utilizamos el “como”, “el símil”, “esto se parece a”, intentamos filtrar, con nuestra propia tradición, esa realidad.
Se establecieron las instituciones de la Castilla de la época. Se fundaron cabildos, se implantó la administración de justicia, de forma temprana se crearon universidades –que en México exista universidad superados los años cincuenta del siglo XVI, muestra una realidad de esa incorporación como reinos y provincias de las indias.
Buscaron reproducir el modelo, pero la realidad era otra. La institución es la misma, pero el cabildo –por ejemplo– tuvo su propia seña de identidad y la administración de justicia también.
¿Qué opina de la solicitud de perdón a los pueblos originarios de México, por los abusos que padecieron en la Conquista?
He destacado y seguiré destacando que a México y España nos unen muchas más cosas de las que nos separan. Un hecho puntual no puede ser motivo de romper esas buenas relaciones y en todo caso la historia es historia.
Los que hacemos historia debemos analizarla en el contexto en que se producen los acontecimientos, y tenemos la responsabilidad de hacerlo posible para que esa realidad se comprenda y se pueda entender en su contexto. Yo creo que la polémica no ayuda.
El mundo académico mexicano es dinámico, podemos seguir buscando puntos de encuentro, de debate académico, de enriquecer los puntos de vista, pero 500 años atrás los hechos los protagonizaron otros hombres.
Nuestra responsabilidad es responder por nuestras actuaciones, en el tiempo presente. El presentismo para entender el pasado no es –desde mi punto de vista– la fórmula. Los acontecimientos de la historia deben ser valorados en las coordenadas históricas en las que se producen.
No me gustaría que cualquier expresión o palabra en el hilo de una conversación alguien pueda tomarla en otro sentido, porque mi voluntad y deseo es que sigamos manteniendo una relación cordial como la que hemos mantenido, sobre todo que sigamos colaborandoen el ámbito académico, porque hay aspectos en los que el mundo académico mexicano tiene mucho que decir y yo estoy ávida y dispuesta a leerlo, a conocerlo, a debatirlo.
Por: Karina de la Paz Reyes Díaz