El escritor argentino Jorge Luis Borges, considerado una de las grandes figuras de la literatura hispanohablante del siglo XX, nació en Buenos Aires y pronto despertó su afición por los libros, que devoraba en la enorme biblioteca de su casa.
“Mi infancia son recuerdos de Las mil y una noches, de El Quijote, de los cuentos de Wells, de la Biblia inglesa, de Kipling, de Stevenson…”, decía el escritor, que se inició traduciendo las obras de grandes autores.
Vivió siete años en Europa, donde su padre, abogado y profesor de psicología, buscaba tratamiento para una ceguera progresiva que le había obligado a retirarse de su oficio, y que también Borges heredó, dejándole ciego a la edad de 55 años.
Tras su regreso a Argentina, cuando comenzó a conocer en profundidad su ciudad natal, Borges publicó sus primeros poemas y ensayos en revistas literarias. En 1923 vio la luz Fervor de Buenos Aires, su primer libro de versos, seguido de Luna de enfrente y el ensayo Inquisiciones en 1925.
Allí además colaboró con la revista Sur, fundada por Victoria Ocampo, y eso contribuyó a forjar su fama dentro del país. En la década de 1930 se adentró en la narrativa fantástica y en el cultivo de una poesía metafísica.
Él mismo declaró que sus preferencias estaban en el cuento, que es un “género esencial”, y no en la novela “que obliga al relleno”. La ficción también es un género que refleja el enfoque propio, original y postmoderno del escritor. Su gran amigo y también colaborador de la revista, Adolfo Bioy Casares, calificó sus escritos cómo “una parada intermedia entre un ensayo y una historia”.
Al empeorar su ceguera, Borges pasó a relacionarse con los libros a través de las lecturas orales de su madre, y para escribir requería continuamente la ayuda de sus amigos, a los que les dictaba sus cuentos fantásticos.
En 1946, el general Juan Domingo Perón llegó a la Presidencia de Argentina y el escritor, que se consideraba “un modesto anarquista a la manera spenceriana”, le hizo objeto de sus críticas. Su madre y su hermana fueron detenidas por el régimen peronista y él, que en ese entonces se desempeñaba como bibliotecario, fue nombrado inspector de aves y conejos en un mercado público. No obstante, en 1955, tras la caída de Perón, pasó a se director de la Biblioteca Nacional e ingresó en la Academia Argentina de Letras.
A partir de 1961, con la obtención del Premio Internacional de Literatura Formentor -que comparte con Samuel Beckett y con la traducción al inglés de su obra Ficciones y Laberintos-, el argentino se consagró a nivel internacional convirtiéndose en uno de los escritores vivos de mayor prestigio y reconocimiento universal.

Asimismo, recibió importantes premios y distinciones de diversas universidades, entre los que se encuentra el premio Miguel de Cervantes. Sin embargo, se le escapó el Premio Nobel de Literatura, por el que optó en numerosas ocasiones.
El autor de El Aleph, murió de un enfisema pulmonar el 14 de junio de 1986, tres días después de mudarse a su nuevo apartamento en la ciudad suiza que le vio crecer y confesándose infeliz. “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”.
Entre algunas de sus obras destacadas de su última etapa se encuentran los cuentos El informe de Brodie (1970) y El libro de arena (1975), los ensayos Siete noches (1980) y Nueve ensayos dantescos (1982), y los poemarios El oro de los tigres (1972), Historia de la noche (1977) y Los conjurados (1985).