Durante el ciclo de conferencias “La arqueología hoy”, que se realiza en El Colegio Nacional, especialistas definieron que los recientes hallazgos en la Plaza de las Columnas, en Teotihuacan, develan que la relación con la cultura maya pudo haber sido más antigua.
La antropóloga Nawa Sugiyama, de la Universidad de California Riverside, dio a conocer cuatro casos de hallazgos de contextos arqueológicos que demuestran que las élites mayas participaron en los grandes eventos públicos en la Plaza de las Columnas, antes de “La Entrada”, relatada por el epigrafista Stuart, a partir de su estudio de la Estela 31, de Tikal, que data de 378 d.C.
El primero de ellos, se trata del descubrimiento de más de dos mil 400 restos de esqueletos humanos, desarticulados, probablemente desmembrados, localizados en lo que llamaron Ofrenda A1, ubicada al extremo este de la Plaza 50, una sección de la Plaza de la Columnas.
La mayoría de las osamentas eran de personas adultas, muchos de ellos presentaban huellas de cortes, algunos huesos fueron tallados como herramientas; también hay presencia de dientes con incrustaciones, otros con la corona dental limada y afilada intencionalmente.
La antropóloga Sugiyama destacó que al menos tres cráneos localizados, mostraban una deformación craneal de tipo tabla recta, algo muy significativo, ya que este tipo de alteración cefálica y las mutilaciones dentales no eran comunes en Teotihuacan, sino el área maya; actualmente, estos restos óseos son analizados para determinar su procedencia.
El segundo hallazgo es un gran depósito de cerámica denominado Ofrenda D1, que posiblemente sean los restos de un gran festejo. En las exploraciones de túneles, en uno de los tres montículos principales localizados en la Plaza de las Columnas, se registraron tres mil 500 huesos, la mayoría de animales, y más de 10 mil tepalcates cerámicos rotos, probablemente destruidas como parte de un ritual, todo distribuido en un área de 10 metros cuadrados.
Reveló que la mayoría de las cerámicas halladas eran fragmentos de tazones para servir, de los cuales, 68 por ciento eran de estilo teotihuacano, en este contexto, se identificaron diversos tipos de loza foránea que contenían distintos elementos iconográficos, entre ellos los relacionados con la cultura maya.
Los restos de fauna recuperada demostró que se sirvió un banquete compuesto principalmente de conejos y codornices. Asimismo, el análisis paleobotánica identificó productos como la yuca y el tabaco, entre los alimentos exóticos que fueron traídos de tierras lejanas a la gran fiesta.
“Dichas fiestas son escenarios para la interacción y dinámica en la construcción de alianzas, en negociaciones de poder y en la construcción de la identidad social. Estos datos del consumo ritualizado revelan las estructuras sociopolíticas y simbólicas subyacentes de una sociedad”, comentó.
En el relleno de la Plaza 50, junto a la Estructura 44, se halló una concentración de fragmentos de muros con pintura mural de estilo maya, demolidos intencionalmente, de los cuales se recuperaron más de 1000 fragmentos que aún están en proceso de limpieza, restauración, escaneo y documentación.
En algunos fragmentos de mural recuperados, con figuras de caras, animales y entidades sobrenaturales, es posible que hayan sido desfigurados deliberadamente antes de o durante la destrucción del mural; no se encontraron restos de estas obras en ninguna otra capa, ni antes ni después, lo que sugiere que todas estas piezas artísticas fueron completamente destruidas, acto que nunca se repitió en periodos posteriores.
Al analizar la iconografía de los fragmentos murales de estilo maya se distinguen seis colores de fondo policromo, y si bien las pinturas murales teotihuacanas son de color rojo burdeos, en las localizadas hay una variación mucho mayor en la elección de fondo, incluyendo la utilización del rojo conocido como bermellón, hecho de cinabrio, que era exclusivo en la creación de estas piezas, cuyos pigmentos, de acuerdo a los estudios, fueron elaborados en Teotihuacan.
“Los fragmentos de murales de estilo maya, demolidos ritualmente y disperso en el relleno de la Plaza 50, se suman a esta comprensión renovada de la esfera de interacción entre ambas culturas”, afirmó.
El hallazgo localizado en el núcleo del montículo norte, registrado en el verano pasado y que es conocido como Ofrenda D4, incluye una serie de piezas cuyo trabajo refinado es similar en calidad a las encontradas en las pirámides de La Luna y Sol, así como en el Templo de Quetzalcóatl; también había elementos marinos y restos de animales sacrificados, entre ellos, un mono araña, que reviste de suma importancia a este descubrimiento.
Se trata de 95 objetos de obsidiana, entre ellos punta de proyectil y navajillas prismáticas hechos en talleres teotihuacanos. Así como más de 50 piezas marinas de especies como el Strombus gigas, el caracol Strombus y más de 100 pequeños caracoles; se incluyen más de 50 piezas de piedra verde, conjunto que actualmente están en análisis para determinar su procedencia.
Por lo que toca a los restos de animales sacrificados, la arqueóloga Nawa destacó los de un águila real en cuyo abdomen se encontraron restos de un conejo; también se halló un cráneo de puma, varias concentraciones de serpientes de cascabel, así como el esqueleto completo de un mono araña, especie que no es nativa de la región centro de Mesoamérica y cuyo hábitat natural está ubicado más hacia el sur; se está determinando su origen.
Nawa Sugiyama expuso que no es coincidencia que este periodo iconoclasta corresponde estrechamente con eventos principales: la ubicación, en 2004, de los tres individuos de alta élite maya —posiblemente de la realeza y que quizás fueron sacrificados— en el entierro 5 de la Pirámide de la Luna, fechada en el 350 d.C. Y el repentino florecimiento de la iconografía de “La Entrada” en obras públicas mayas en El Petén, después del 378 d.C.