Lugar:
Fuente:
La Razón Online

Aparece en México el más reciente libro del narrador, ensayista, musicólogo y violonchelista Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Francia, 1948): Las lágrimas (Sexto piso, 2019). Leo con fiebre presurosa y exaltación: transito cobijado por una espesura en la excitación que proporcionan los aposentos de la noche: allí donde el tiempo se extravía y los designios empujan al vacío. Fábula-poema que narra los itinerarios contrapuestos de dos gemelos, nietos de Carlomagno: Nithard, literato, docto y escribano; y Hartnid, nómada y guerrero. 

La confidencia ha cristalizado protegida por sacramentos noctámbulos de este libro sublime que sorprende y retumba en los ojos del lector. Ritual que se abalanza agazapado en los resquicios de un espacio a la deriva. Quignard descarría por los pasmos de su habla, se adueña del insomnio. Novela que aborda el nacimiento de Europa y las confluencias de culturas que se funden en ese umbral. Cuaderno inundado de extrañezas: neviscas, brumas, sangre, caballos, pájaros, diosas, salmos, incendios, sombras, muertes… y lágrimas. 

“Es siempre una aventura reveladora leer a Quignard. Voz incitante de la literatura europea contemporánea. Sigue sorprendiendo su prosa culta, diáfana, didáctica, sencilla, aleccionadora, cordial y generosa. Atributos presentes en Las lágrimas. En cada nuevo libro de este autor acudimos a una suerte de invocación de Dios, pero en rutas épicas y alusivas al amor de los acasos del hombre. Canto que encierra los enigmas de la vida”, comentó en entrevista con La Razón el mitólogo, historiador y filósofo italiano Benet Germason, estudioso de la obra de  
Pascal Quignard. 

¿Libro cuya lectura constituye un viaje emocional? Rutas impetuosas, no tanto por la cosmografía que inunda los episodios de la trama, sino por el misterio, el arcano, que nos acecha en cada uno de los cuentos o leyendas que nos atrapan por su sublimidad galopante. El lector emprende un viaje al interior de  alusiones simbólicas tentadoras: Las lágrimas es un himno de belleza desbordada.

¿Novela histórica o una suma  de alegorías? Texto que recolecta leyendas en un afán de acopiar referencias. Cuatrocientos años de crónicas de la Alta Edad Media; pero, el procedimiento de
Quignard se aleja de la novela histórica tradicional. Recolección de mitos, fábulas de animales y breves historias de lo cotidiano. Inspirado lienzo del nacimiento de la lengua francesa y de Europa.

¿En qué consiste el encanto de este libro? Quignard siempre habla desde el interior de sus personajes. Este libro es un canto a la poesía de esas cosas comunes frente a nosotros. Desde la transpiración del caballo al revoloteo de las aves o al misterioso vaivén de las olas. Sí, estamos en presencia de un seductor que apela a la imaginación reflexiva para atraparnos.

¿El mejor libro de Quignard?  El mejor libro del autor francés será el primero que el lector descubra, ese que lo iniciará y le abrirá las puertas hacia una ‘geografía literaria’ singular, el inevitable universo Quignard. 

Foto: El escritor francés Pascal Quignard

 

Las lágrimas

Por Pascal Quignard
Fragmento del libro

Él se quedó solo con su mano ardiendo.

Con algo invisible alrededor de su cara, que era el resto de su perfume.

Miró la baranda de madera del bote, se subió sin apoyar la mano que ella había tocado con su mano maravillosa.

Después miró el agua.

Luego se dio vuelta y miró la costa y vio la silueta de Lucilla alejándose.

Al cabo de algún tiempo, abrió la mano que la mujer había estrechado mucho más tiempo del que era necesario, y se la llevó a los ojos. Escondió sus ojos detrás de la mano que ella había quemado al tocarla. Entonces se puso a llorar tras el dorso de esa mano. Se sentó en el banco de remo. Lloró todo lo necesario. Eso era el miedo en el fondo de sí mismo. Las lágrimas incontrolables eran su miedo. La fragilidad ante lo que amaba: es lo que era su único miedo pero era inmenso. Desde la infancia, no había visto más que rostros fríos, a veces excedidos, a los que su presencia importunaba, a los que sus deseos molestaban, a los que su niñez cansaba, y se iba a sollozar lejos de las miradas severas. […]