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La Razón Online

El historiador y filósofo Miguel León-Portilla, fallecido la semana pasada, siempre estuvo dispuesto a escuchar y hablar con cualquier persona que se le acercara, razón por la cual “acudieron al Palacio de Bellas Artes los poetas, concheros y danzantes para expresar su devoción al maestro”, recordó la directora del Instituto de investigaciones Históricas, Ana Carolina Ibarra, este mates durante el homenaje que la UNAM le rindió al gran tlamatini, en la Sala Nezahualcóyotl, bautizada en honor al rey poeta por sugerencia del sabio indigenista.

personas, incluidos alumnos de enfermería que resaltaron con la blancura de sus vestimentas, para celebrar el legado del investigador emérito de la máxima casa de estudios. “Yo creo que los mexicanos le debemos a los indígenas… mucho, ellos han sido nuestra raíz, ellos nos dan fisonomía propia”, afirmó en su video semblanza el académico homenajeado.

En su turno, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, detalló la forma en que León-Portilla supo darle sentido a las antiguas palabras, en un mundo dominado por la filosofía griega, “logrando sacar del olvido a la sabiduría de los viejos sabios”.

“Supiste darle voz a quienes les había sido arrebatada, la voz del indígena que sufrió en carne propia la Conquista y que supo expresar su dolor, de ver cómo le quitaban sus viejos dioses y le imponían deidades latinas. Discutiste para hacer ver que el término ‘descubrimiento’ de América tenía una carga eurocentrista y propusiste el concepto de encuentro de dos mundos, más apegado a la realidad, y lograste tu propósito”, abundó.

Mario Humberto Ruz Sosa, director del Instituto de Investigaciones Filológicas, rememoró al Códice Matritense, el cual dice que cuando los sabedores de las cosas, por orden de su dios, abandonaban el mundo terrenal, la gente se plantea angustiosas preguntas pues “cree que ha perdido la luz que guía su marcha sobre la tierra”.

“Miguel León-Portilla no se conformó con dominar el espléndido arte de saber contemplar, sino también dominó la pasión por compartir, mostrar y demostrar, por hacer visibles los diversos matices del polifacético prisma mesoamericano”, añadió.

Ruz Sosa lo destacó como un hombre lo suficientemente sabio y humano como para preocuparse de atender todas las facetas de la persona: en su último libro, Erótica náhuatl, “se permitió exhibir, con buen gusto pero sin tapujos, las desnudeces de hombre y mujeres. El gran maestro nos permite entrever el interior, no de la caja de Pandora, sino del arcón de afrodita, de sus contrapartes Xochiquetzal y Tlazoltéotl”.

Francisco Morales Baranda, uno de sus más ilustres alumnos, lo recordó como el “escultor de tu propia estatua, pero esta escultura esta en nuestro corazón, en nuestros afecto y en nuestro sentimiento, y ahora venimos a desvelarla”. Posteriormente recitó en náhuatl el poema “Cuando muere una lengua”, escrito por León-Portilla.

Tras las palabras del literato Vicente Quirarte y la académica Mercedes de la Garza, quienes definieron al tlamatini como “una leyenda viva” y “profeta que infunde vida en los huesos muertos”, Enrique Graue, rector de la UNAM, se despidió del filósofo.

“Aquí, en la Sala Nezahualcóyotl, que lleva el nombre por el sugerido, y en toda la universidad, Miguel León-Portilla se queda… se queda ese universitario eterno, el maestro de muchas generaciones y muchas más que, en el futuro, el seguirá viendo; se mantendrán sus lectores y él continuará susurrando sus oídos la verdad de nuestra cultura.

Yo me quedo con el León-Portilla de mirada pícara y risa singular; atento e interesado en todo su entorno, el amigo sincero y el desinteresado consejero; aquel conversador encantador con que el tiempo de perdía en la imaginación. Lo llevaré siempre en la memoria y en el corazón”, finalizó emotivo.

Todos los asistentes se pusieron de pie y, con un minuto de aplausos, dieron el último adiós al querido académico; y en coro magistral entonaron la porra de la universidad, cuyos “goya” retumbaron con poderío en la Nezahualcóyotl.