Estudiar me ha llevado a un mundo de conocimientos nuevos, lugares distintos, personas diferentes, lenguas extrañas y rostros peculiares. Escribir esto es simplemente difícil para mí. Después de hacer una introspección en esta soledad de mi cuarentena, me he preguntado sobre el verdadero impacto de ser estudiante foráneo y vivir el virus en tendencia.
Recuerdo llegar a Xalapa a inicios de marzo, en cuya central de autobús me esperaba un nuevo destino. Vivir solo es difícil, al ser estudiante de movilidad dejamos toda una vida para buscar algo nuevo. Veracruz me recibió con el leve sonido de un arpa y la neblina que devoraba poco a poco la ciudad. En estos días añoro eso, poder sentir el calor de Xalapa y alimentar algunos peces en Los Lagos.
La realidad aquí es que me encuentro encerrada entre fantasmas y la angustia de ser sospechosa de una enfermedad a la que tememos, meramente por el hecho de ser desconocida. Igual que yo, esta enfermedad viajaba desde China y si bien tenemos montañas diferentes todos compartimos un mismo sol. ¿Realmente el humano necesita que ocurran cosas catastróficas para lograr un cambio? Para ese momento, realmente la ignorancia en torno al tema era lo habitual, nadie sabía lo que comenzaba a suscitarse, incluso después de casi un mes de que la enfermedad llegó a México me atrevería a decir que realmente no sabemos nada de ella y por lo tanto el virus apenas comienza.
Pese a este panorama entristecedor, Movilidad UV me ofreció un lugar para llamarle casa, amigos que no eran míos, me ofreció personas maravillosas e incluso me llevó hasta el origen de todo, donde Cortés encalló sus barcas, y yo como futura arqueóloga, simplemente me deleité de todo ello.
La alerta sanitaria en México fue tomada desde muchos aspectos, desde las burlas hasta la paranoia. Fue en ese momento que me di cuenta de algo: no me da miedo el Covid-19, me dan miedo los humanos. El desabasto golpeó fuertemente algunas tiendas en Xalapa, las clases fueron suspendidas, las grandes potencias se encontraban de rodillas. ¿La amenaza era real o sólo era una simple gripe?
Al igual que el virus, mis compañeros de movilidad comenzaron a dispersarse por el mundo, temían por su familia, por ellos mismos, por la economía. De un momento a otro se habían ido y no pude despedirme, temía no poder abrazarles, pero temía más llegar a contagiarlos.
Mi cuarentena se resume en “aislamiento voluntario” o así lo llamó el médico, entre fiebres de 39 grados, dolores musculares y una tos infernal, he desarrollado mis tareas escolares. Mi madre preocupada por estar a más de mil kilómetros de distancia de casa solamente podía orar, llamar constantemente y suplicarme seguir las indicaciones médicas. Durante esa abrupta semana recibí mensajes de personas que me pedían ser toda una guerrera y me hacían sentir en casa: Mirna, Moy, maestra Elvira, gracias.
Y ahora acostada sobre el colchón que comienza a tener mi forma, veo en las noticias como el número de contagios aumenta, mientras mi cuerpo se ralentiza, el miedo aumenta y mis víveres disminuyen, mis pensamientos vagan y mis preguntas quedan al aire. ¿Existirá un antes y después del Covid-19? ¿Por qué la tendencia no muere en redes sociales? ¿Qué sucede con las personas que no logran generar ingresos? ¿Alguien se preocupa por la población vulnerable? Y entonces llego a una reflexión personal, en donde me obligo a creer que es el tiempo de cambio y de derrumbar las murallas que la globalización ha creado. Es momento de tomar un libro, pintar, dejar de preocuparnos y comenzar a ser humanos.
Recordemos que no por estar dentro de una habitación no nos sentimos fuera de casa, que existen grandes figuras que se preocupan por sustentar la salud en México y como dicen los que saben zapoteco: “Pa gápalu´ lii zápanu guiranu” (Si te cuidas tú nos cuidamos todos).
Gabriela Yameli Delgado.