Una vertiente poco conocida de Picasso, su obra literaria, centra una exposición inaugurada hoy en el Instituto Cervantes de Tokio que reúne textos escritos para sí mismo, con sus sentimientos más íntimos, sus miedos o sus intentos de expiación, pero también las imágenes que plasmó en sus cuadros.
Picasso entró en el mundo de la literatura tarde, a la edad de 54 años, en 1935, en una época de turbulencias personales por el proceso de divorcio de su esposa Olga y siguiendo desde París las convulsiones que derivarían en la Guerra Civil española.
Son poemas en los que, como cuenta Yasujiro Otaka, historiador y profesor emérito de la Universidad de Waseda, Picasso “no sólo ignora el sujeto y el predicado, sino que tampoco encontramos puntuación”.
Otaka, en una presentación telemática, recordó que estos escritos los comenzó a reunir el artista malagueño en lo que probablemente fue “el mayor bache de su vida como pintor”, ya que desde mediados de 1935 y durante casi un año prácticamente no hizo ninguna pintura al óleo ni escultura alguna.
En esos textos, agrega, Picasso refleja los sentimientos de culpa y expiación, y en ellos “las palabras se superponen con los motivos de su pintura” con temas como las corridas de toros o sus bocados favoritos.
Según José Lebrero Stals, director artístico del Museo Picasso de Málaga, el pintor comenzó a escribir posiblemente porque esos textos le llevan a sus orígenes, a su Málaga natal, “a un espacio de seguridad del pasado (…) en un momento en el que el artista tiene muchas dudas”.
Al presentar también esta exposición desde Málaga, Lebrero recuerda que el “poco respeto” de Picasso con la sintaxis inspira las creaciones surrealistas de André Breton.
“La escritura de Picasso no es surrealista, pero André Breton habría querido que Picasso fuera un escritor surrealista”, añade.
Los textos fueron prácticamente ignorados en la carrera del pintor y sólo surgieron medio siglo después, recuerda Otaka, cuando fueron reunidas 350 obras publicadas en 1989.
“Durante medio siglo, la obra de Picasso es algo de lo que apenas se habla y se le ha prestado poca atención”, dice el experto nipón.
La exposición en el Cervantes se llevó el año pasado a China, aunque para la versión nipona se complementa con objetos o libros que acercan a Picasso a la cultura japonesa. Recoge facsímiles de escritos originales expuestos en el Museo Nacional Picasso de París.
Se trata de escritos hechos con tinta china o lápiz, algunos de colores, la mayoría manuscritos y sólo en un caso con el texto mecanografiado, eso sí, con numerosas correcciones a mano con tinta roja que, a la postre, más que un poema parece un cuadro.
Destaca también una composición hecha entre mayo o junio de 1935 en la que las palabras de Picasso, con varios tachones, van seguidas de una sucesión de números sin aparente sentido que se cierra con palabras sobre la soledad y, de nuevo, otra secuencia de cifras.
“Picasso escribe para él, no escribe para publicar libros (…). Sus poemas son actos creativos en la intimidad, es una forma de autoconocerse, de explorar, de conocer sus propios miedos, sus propias dudas, su propia rabia”, sostiene Lebrero.
“El Picasso poeta -añade- surge de un modo natural, orgánico, sin ninguna voluntad de hacer partícipe de sus secretos al resto”.
La exposición, que incluye fotografías del artista malagueño con autores como Pablo Neruda o Rafael Alberti, presenta algunos objetos que vinculan al malagueño con Japón, ya sea por libros o plumas.
Al hablar de esta obra, con una escritura tan desordenada según los cánones tradicionales, Otaka comentó las angustias que sufren cuando las palabras de Picasso tienen que traducirse, por ejemplo, al japonés.
El experto nipón recuerda que cuando André Breton tuvo que traducir al francés estos textos “parecía como que se perdía el espíritu original de la palabra de Picasso”.
“En esa palabra -agregó- hay un ritmo, unos sonidos que siempre es muy difícil de llegar a ellos al pasarlos al japonés”.
Foto: EFE