«El país vive bajo el hechizo de una narrativa que exalta el resentimiento acumulado y lo pone en la palestra como factor político a la vez movilizador de la base social; pero también paralizador de la economía. Uno alimenta al otro, limitando el potencial de desarrollo del país y, paradójicamente, impidiendo que se pudiesen articular políticas susceptibles de resolver las causas de la desigualdad y del resentimiento». Lo escribe Luis Rubio en «Reforma».