«Nada importante ha sucedido hoy». Eso fue lo que anotó en su diario el rey de Inglaterra Jorge III (1738-1820) el 4 de julio de 1776: el mismo día en que Thomas Jefferson, John Adams y Benjamin Franklin declararon la independencia de las trece colonias americanas respecto de la corona británica, iniciando así la Guerra de Independencia de Estados Unidos. En su descargo hay que decir que no es que se mostrara indiferente a los acontecimientos sino que aún no había recibido noticia alguna de ellos, puesto que por entonces lo sucedido en América tardaba días y hasta semanas en saberse a este lado del Atlántico. No obstante, la frase muestra que no estaba muy bien informado del rumbo que iba a tomar la Historia.
«La física ya no tiene nada nuevo que descubrir. Todo lo que resta es hacer más y más precisa la medición de los fenómenos». Lo dijo el eminente William Thomson, Lord Kelvin (1824-1907), en 1900 y ante la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. Físico y matemático que destacó en los campos de la termodinámica y la electricidad, ha pasado a la Historia por inventar la escala de temperatura que lleva su nombre (Kelvin)… pero no precisamente por esta «predicción», formulada sólo cinco años antes de que Einstein publicara su primera teoría de la relatividad (1905) y el mismo año en que Max Planck empezó a desarrollar la física cuántica.
«Sería trágico y absurdo prepararnos para una guerra motivada por un pueblo lejano y por gentes de las que nada sabemos». Neville Chamberlain (1869-1940), primer ministro del Reino Unido, se posicionaba así en septiembre de 1938 en contra de la intervención británica tras la anexión de los Sudetes y la invasión de Checoslovaquia por las tropas de Hitler. Y el presidente francés, Edouard Daladier, lo secundó enseguida. Fue la llamada «política de apaciguamiento», que como bien sabemos no apaciguó a Alemania: pronto los invadidos no serían pueblos «lejanos» ni gentes «extrañas», sino la propia Francia (en la imagen, los nazis en París).
«Creo que hay un mercado mundial para cuatro o cinco ordenadores a lo sumo». Para ser presidente de IBM y quien supervisó el crecimiento de esta empresa hasta convertirla en una multinacional, Thomas John Watson (1874-1956) no demostró mucho olfato comercial en 1943 cuando soltó esta «perla». También es verdad que por entonces las «computadoras» eran gigantescos mamotretos utilizados casi exclusivamente en el ámbito de la inteligencia militar, no los interactivos y ligeros dispositivos que hoy manejamos. Pero callado habría estado más guapo.