Por si no fuera suficiente con los problemas que al interior de nuestro País hemos estado padeciendo desde hace ya varios años, ocasionados por los malos gobernantes, corrupción e impunidad, violencia generalizada, falta de desarrollo y
oportunidades ahora se agrega la crisis en la relación con el gobierno de Estados Unidos. La situación es delicada, grave y preocupante.
A principios del año, las medidas económicas, injustas e indebidas, impuestas por el
gobierno federal afectaron a todos. El gasolinazo provocó el aumento de todos los
productos que consumimos. No hubo poder humano que cambiara las decisiones
oficiales. Los ciudadanos encontraron las puertas cerradas a sus demandas. ¡Qué
ironía! Ahora se vive una situación parecida hacia el exterior. No se ve ninguna señal
de que el gobierno de Estados Unidos cambie su decisión de cerrarle las puertas a los
mexicanos, sus promesas de campaña ya las está poniendo en acción.
Las recientes órdenes firmadas por Donald Trump en materia migratoria hacen más
difícil el panorama. El presidente de Estados Unidos, firmó dos órdenes ejecutivas,
una para iniciar la construcción del muro fronterizo y la orden de intensificar la
deportación de inmigrantes irregulares. Se sigue insistiendo hasta el cansancio que el
muro será pagado por los mexicanos; en el caso de la deportación de los migrantes
ilegales, se perciben conductas homofóbicas, discriminatorias y xenofóbicas. Antes de
construir un muro de ladrillos, ya se han levantado muros en el corazón.
Reconocemos el derecho que el gobierno de ese país tiene de cuidar sus fronteras y
sus ciudadanos, pero no creemos que endureciendo y exagerando sus leyes sea la
forma de alcanzar esos objetivos. Al contrario, con estas medidas sólo se crea alarma
entre los inmigrantes y desintegra a las familias. Los migrantes no van a Estados
Unidos por gusto, sino por necesidad; exponen su vida con tal de alcanzar el sueño
americano; van buscando mejores condiciones de vida y tienen el derecho de hacerlo.
Los obispos Mexicanos y de Estados Unidos han venido haciendo un trabajo conjunto
desde hace más de 20 años para atender pastoralmente a los fieles que habitan dos
países hermanados no sólo por una misma fe, sino también por valores y principios
que van más allá de las fronteras que imponen las políticas públicas. Cada día miles
de personas pasan de un lugar a otro con diferentes propósitos, se comparten no solo
servicios y beneficios comerciales sino también cultura, tradiciones, deportes. Existen
familias y grupos de diferente índole que intercambian conocimientos, puntos de vista
y relaciones de amistad. Cada día muchas personas se mueven de un país a otro para
descansar o apreciar lo que existe en un país y en otro. Sólo que con estas políticas
unilaterales que se están imponiendo, las relaciones de familia, de amistad, de trabajo
o de estudio pueden ser afectadas por esta inhumana decisión.
Ya desde este punto de vista la intención de prolongar un muro fronterizo que divida a
dos países hermanos y la expulsión de los migrantes aparece como un atentado a los
derechos humanos, una muestra de xenofobia y de racismo. Lamentamos
profundamente que en pleno siglo XXI se estén promoviendo estas políticas públicas.
Sobre esta situación, el Obispo Joe Vasquez, presidente del Comité de Migración de la
Conferencia del Episcopado Americano y Obispo de Austin, Texas, declaró
recientemente: “Esta acción pondrá las vidas de inmigrantes innecesariamente en
peligro. La construcción de ese muro, sólo hará que los migrantes, especialmente las
mujeres y los niños vulnerables, sean más susceptibles a los traficantes y
contrabandistas. La construcción de tal muro, desestabiliza a muchas comunidades
llenas de vida y bellamente interconectadas que habitan pacíficamente a lo largo de la
frontera”. En vez de construir muros necesitamos construir puentes entre las personas
que nos permitan romper los muros de la exclusión y de la explotación.
Por su parte, los obispos de México, a través de Mons. Guillermo Ortiz Mondragón,
Presidente de la Dimensión Episcopal de la Movilidad humana, señaló lo siguiente:
“Seguiremos apoyando cercana y solidariamente a tantos hermanos que provienen de
Centro y Sudamérica y que van en Tránsito a través de nuestro país hacia los Estados
Unidos… Pedimos a nuestras autoridades que en actitud de diálogo y búsqueda de
acuerdos aboguen por caminos justos que salvaguarden la dignidad y el respeto a las
personas, sin importar su nacionalidad y credo…” Es importante considerar también la
riqueza que el inmigrante aporta a un país en su búsqueda de mejores condiciones de
vida. Cada persona posee un valor intrínseco e invaluable como hijo de Dios.
Ante este inminente desafío no podemos paralizarnos ni llenarnos de miedo. México
es un País grande por su territorio y por su gente. El mexicano es gente de trabajo y
con mucha creatividad; somos gente cálida y amistosa. Ante nuestro vecino del norte,
necesitamos fortalecer una sana autonomía y aprovechar y proyectar todo lo nuestro
para no idolatrar lo de afuera ni despreciar lo nuestro. Somos un país que en su
mayoría se profesa creyente y la apertura a la trascendencia nos permite vivir con
esperanza. Ciertamente no debemos caer en la confrontación estéril ni enredarnos en
los prejuicios ajenos. Debemos fortalecer la unidad nacional que brota de nuestra
cultura, nuestra historia y los valores que hemos aprendido en familia.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa