Lo que podría llamarse un «paraíso» para cualquier regiomontano es lo que se encuentra aquí: árboles y árboles sin cesar, una escenografía de todos los tonos de verdes, un fondo que parece una pintura cargada de montañas. Aquí el bullicio urbano, se queda atrás. Y es aquí donde un grupo de seis jóvenes decidió traer y cuidar de 50 animales que -la mayoría- fueron rescatados de granjas de explotación dedicadas a la industria de la carne, leche, huevos.
Cerdos, cabras, gallinas, chivos, borregos y vacas conviven aquí como si fuera su propia casa la que comparten a diario.
“Es diferente a una granja, aquí no explotamos, ni vendemos o compramos animales; los rescatamos de la crueldad, de la muerte y viven hasta el fin de sus días bien cuidados, sin reproducirse y esterilizados”, afirma Adhara Talamantes, quien está al frente del área de finanzas en una empresa de la localidad, pero que mezcla su profesión con el cuidado de este santuario.