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EFE

Cuando llegó a la última página de Cien años de soledad, Elena Poniatowska no quería dejar Macondo, así que comenzó a buscar pescaditos de oro como los que fabricaba el coronel Aureliano Buendía; la cuestión, recuerda la autora, era seguir viviendo dentro del universo creado por Gabriel García Márquez.

La escritora leyó la novela culmen del colombiano (1928-2014) en la primera edición que imprimió la Editorial Sudamericana en 1967, aquella en cuya portada aparecía un barco en mitad de la selva.

La impresión que tuvo tras adentrarse en la historia de la estirpe de los Buendía, que este 5 de junio cumple 50 años de su publicación, fue de “deslumbramiento, de gusto, de felicidad”, dice en una entrevista con Efe Poniatowska, quien agrega que incluso se dedicó a buscar pescaditos de oro.

Estos pequeños animales, que en la novela el coronel fundía después de su creación para comenzar desde cero una y otra vez, los encontró en Juchitán, en el sureño estado de Oaxaca: “Era tratar de vivir dentro de Cien años de soledad“, afirma.

Considerada como una de las obras clave dentro de la literatura en español, el éxito de la novela fue “el triunfo de América Latina, porque finalmente puso a un continente totalmente olvidado en el tapete de las discusiones”, señala la escritora.

Argumenta que, hasta entonces, “se hablaba poco de América Latina”, aunque sí de algunos aspectos culturales puntuales de países como Brasil o México.

“Lo que hizo Gabo (como le llamaban cariñosamente) fue un verdadero prodigio y lo hizo sin darse cuenta, no fue una voluntad expresa”, remarca Poniatowska.

Cien años de soledad supuso un espaldarazo definitivo sobre todo para sus compatriotas, los escritores colombianos, aunque -bromea- “muchos decían que ya no se podían liberar de Gabo, que todos tenían que mandar a mujeres volando por los aires, con velos”.

Para la mexicana, la novela representa “la saga, la odisea, de toda América Latina”, en el sentido de que refleja el “retraso” de esta región frente a otros lugares del mundo, como Europa o Estados Unidos.

De la obra del premio Nobel 1982, a grandes rasgos se decanta por los personajes masculinos, especialmente por el patriarca de la familia, José Arcadio Buendía, aunque también expresa su preferencia por Úrsula Iguarán, su esposa.

Poniatowska resalta que después de Cien años de soledad, “hablaron muchísimo” de García Márquez, pero este llevó la fama “muy bien” y “no se le subió”.

“Regresó a ver a los amigos que les decía ‘los amigos de antes’, de antes de su triunfo; sentía que eran los que habían estado más con él, que lo habían querido antes de que fuera la celebridad que es hoy”, apunta la autora de “Leonora”.

En su caso particular, la escritora rememora que Gabo, con el paso de los años, siguió visitando su casa, porque “tenía muy adentro este pedazo de México”.

Lo conoció después de que publicara El coronel no tiene quien le escriba (1961); era -subraya Poniatowska- “un periodista extraordinario” que “daba muchos consejos”, cómo hacer las entrevistas simplemente tomando notas, utilizando la memoria y sin grabadora, porque este aparato “te da la posibilidad de distraerte”.

“Algo de él que me conmovió una barbaridad es que cuando me dieron el Cervantes (2013) llegó él aquí con su chófer con un ramo de rosas amarillas”, relata Poniatowska, para quien este gesto fue “un segundo premio”.

La autora subraya que el éxito de Cien años de soledad no fue un impedimento creativo para que el colombiano siguiera produciendo joyas como El otoño del patriarca (1975) o El amor en los tiempos del cólera (1985).

El único que no le gustó fue Memorias de mis putas tristes (2004), la que fuera la última novela de García Márquez. “Me dio tristeza, no sé, la idea no me gustó”, opina Poniatowska.