«Yo ya a los 5 años sabía quién era. Mi transición empezó autónomamente», describe sobre sí misma Patricia, una chica transexual salvadoreña que cruzó la frontera sur de México en busca de una vida más digna.
«En el Salvador los hospitales no atienden a las personas transexuales… he visto tanto odio en mi país hacia las personas transexuales», continúa la mujer de ojos luminosos.
Ella, quien desde hace 30 años ya no es «él», cruza el Río Suchiate, que divide México y Guatemala, sobre una improvisada lancha compuesta por neumáticos y madera.
Aquí, de un lado a otro del río se ven pasar cajas de alimentos, bicicletas, y personas sobre estas balsas. Un hormigueo de comercio informal controlado en parte por los balseros que cobran del lado mexicano al guatemalteco 30 pesos por la travesía de unos minutos, o 10 quetzales.
Una fotografía bien diferente al muro fronterizo del norte, que divide México de EEUU, donde las tecnologías de seguridad van de las tradicionales rejas hasta los más innovadores drones y sensores. La frontera sur está dominada por la salvaje naturaleza, por ríos, montañas, libre de grandes carreteras.