Las fiestas navideñas regresan a mi mamá a la cocina.
Y no es que el resto del año no la pise, pero intenta con todas sus fuerzas generar una división del trabajo entre ella y mi papá – intento que dicho sea de paso ha fracasado- pero entre el olor al pavo recién horneado y el frío decembrino, olvida ese propósito y se resigna al rol que aparentemente le fue asignado al nacer solamente por ser mujer.
Soy Ana Alicia y en mi familia no se celebra la Noche Buena aunque todos somos católicos, pero la cena tradicional se cambia al “Día Último”, el 31 de diciembre. Desde que tengo uso de razón ese día nos reunimos en casa de mi abuela (y de mi abuelo) con las tres hermanas, el hermano de mi mamá y sus respectivas familias.
Mi mamá, Alicia, es feminista pero no se ha enterado todavía. Y como tal siempre me enseñó que los trabajos se dividen por partes iguales entre hombres y mujeres, que los hombres – mi papá incluido- deben hacer trabajos domésticos pues es su responsabilidad y no solo una ayuda. Pero en fiestas navideñas eso no importa y hasta el plato de comida sirve para mi papá, mi abuelo o cualquier otro hombre que esté en la mesa.
Como toda buena familia mexicana el horno es encendido como una novedad pues casi es el único día del año y las bandejas de comida sobran; la mesa es un verdadero festín que se da antes de la media noche, para después pasar un par de horas esperando el nuevo año y su respectivo abrazo.
Pero la comida no está lista sola y para que lo esté todas las mujeres de la familia deben cooperar. Mi mamá sin resistencia alguna prepara algún platillo suculento desde su casa que luego lleva con mi abuela para terminar de cocinar.
Entre todas lavan trastes, hacen ensaladas navideñas o lo que haga falta, para cuando empieza a caer la noche comenzar a correr y presionar a sus hijos y esposos para que se bañen, arreglen y ellas hacer lo propio.
Durante todo el proceso los hombres de la familia se sientan a platicar y tomar cervezas para cooperar solo con aquello que les “toca”: colgar la piñata o sacar la mesa al patio para cenar.
Ahí no termina el trabajo para ellas, antes de media noche las mujeres recogen los platos y todo lo que se haya colocado en la mesa, una vez concluido el obligatorio abrazo hacen otro repaso para que nada quede en el patio y luego acomodan las camas donde cada uno dormirá. Pasada la media noche quedan rendidas y solo piden acostarse, olvidándose de la fiesta que habían preparado.
Ese día no escucho de mi mamá ningún burlón “sírvete tú, ahí está la comida” que oiría el resto del año cuando mi papá le pide algo o “te toca lavar los trastes”, ni ninguna frase parecida. Ese día, asume, le corresponden esas tareas.
Desde que me casé mis tías, abuela y mi propia mamá – que siempre me educó que no se debe “atender” a los hombres porque todos tenemos manos- asumieron que mi rol sería el mismo y protestaban cada vez que mi esposo debía servirse siquiera refresco o preferían hacerlo ellas no sin antes recordarme lo “mala” que era.
La carga de la navidad es sobre las mujeres
“Siempre hay una carga en esos momentos especiales, rituales, porque se elabora un menú especial a veces las mujeres son las encargadas de adquirir por ejemplo el pavito (…) por supuesto esta expectativa que al mismo tiempo es una exigencia familiar de que se prepare una cena especial”, señala la antropóloga y catedrática de la Universidad Veracruzana, Rosío Córdoba.
Para ella lo que pasa con mi familia no es extraño, pues sucede en la mayor parte de las familias donde los roles de género asignan las tareas del hogar y de cuidado a las mujeres.
Algunas mujeres intentan dejar esa carga pero se trata de un trabajo socialmente encargado a ellas y como tal resulta complicado, según la especialista.
“Es necesario que empecemos a distribuir de manera equitativa el trabajo y eso se reflejaría en estas fiestas, hay una suerte de rechazo a asumir tareas y labores que son prácticamente invisibilizadas, (…) es difícil (valorar) que una cena esté preparada sin importar cuanto tiempo se dedicó a ello, desde adquirir los insumos para esa cena hasta dedicarse a hacerla, digamos quizá estofar un pavo y prepararlo lleve la verdad tres días desde que se descongela”, aseguró.
Eso, es justamente lo que sucede en la familia de Arlet.
Celebrar cumpleaños y navidad en la cocina
Soy Arlet Montejo.
En mi familia la navidad se trata de fiesta y celebración, en especial por el cumpleaños de mi abuela, ¿su forma de celebrar? pasar horas en la cocina preparando la cena navideña de unas pocas horas.
En ocasiones ha querido ir a algún restaurante u hotel, ser atendida y no preocuparse por si será suficiente comida o bebida, sin tener que esperar horas y horas cerca del calor del horno. Llegar, sentarse, cenar, ser atendida y regresar a casa a descansar.
Esa idea conlleva un problema, el cual la frena: no habrá recalentado o de todas formas hará comida el día siguiente, entonces, mejor lo pasa cocinando.
Cuando era pequeña, la idea de ir a algún lugar a cenar, estaba descartada por completo, pues además de su cumpleaños, la familia celebrábamos que la tatarabuela (sí, la conocí) pasaba una Navidad y Año Nuevo entre nosotros, entonces las fiestas eran tan grandes que implicaba muchísimo trabajo y muchísima comida.
El trabajo recaía en mi abuela, mi mamá y algunas tías la ayudaban con cosas como picar ingredientes o marinar el pavo o la pierna pero la encargada de cocinar, checar el horneado, y demás, era ella.
Ni qué decir de los días previos, ir a los supermercados para escoger el pavo, el jamón envinado, comprar latas de fruta en almíbar, algún aderezo; acudir a los mercados por los ingredientes más frescos, las frutas, las semillas, los chiles, todo, prácticamente lo hacía todo ella. Mi abuelo se limitaba a acompañarla, llevarla a los lugares y esperarla.
El 24 era un caos, la cocina empezaba a funcionar desde temprano, a veces, al medio día le llevaban mariachis o marimba, la fiesta comenzaba y con ella el trabajo.
Por la noche, los hombres de la familia llegaban hasta el momento de la cena, algunos minutos antes, listos para ser atendidos por sus esposas, sobrinas, hijas, de la cocina y la preparación de todo lo que implica dar de comer a más de 20 personas, no sabían nada.
Años después, con la muerte de mi tatarabuela, las fiestas dejaron de ser grandes, ahora cenamos máximo 10 personas, el trabajo es menor y hay más ayuda.
Mi abuela sigue comandando la cocina, vigilando cada detalle de lo que se va a preparar, empezó a delegar obligaciones pero, sigue festejando junto al calor del horno.
Espero que tal vez un día, no importe el recalentado y se festeje su cumpleaños en un restaurante, que la atiendan a ella y no se tenga que preocupar por el pavo y la ensalada.
“Se reciben por ejemplo las visitas y estas visitas están a cargo de las mujeres, se juntan las familias y la mujer de casa es la encargada de atender a todos y proporcionar un espacio de disfrute (…) es un periodo donde se carga el trabajo de las mujeres, y bueno acaban agotadas, acabamos agotadas, creo que sí debería distribuirse de forma más equitativa”, afirma Córdoba.
¿Celebrar por decisión?
Para Margarita las fiestas decembrinas significan trabajo.
La recuerdo sentada en el patio de su casa tomando el aire fresco bajo la sombra de un frondoso árbol, preocupada por el montón de labores que las celebraciones de diciembre le traen al recibir a hermanos e hijos en su hogar.
Entre sus anécdotas siempre resaltan las horas de trabajo que conlleva las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, en que el papel de madre/mujer la obliga a ser la principal organizadora. Los horarios de trabajo en ocasiones inician desde las 4 de la mañana y terminan en la madrugada del siguiente día.
A pesar de sus largas horas de tareas preparando las comidas y limpiando el espacio que ocupan para la cena, Margarita nunca tiene tiempo de sentarse en la mesa al mismo tiempo que sus familiares, ya que además de cocinar es la encargada de servir y vigilar que nadie se quede sin comer, a excepción si se trata de ella.
Cuando Margarita tenía 5 años su madre enfermó y ella por ser la única mujer entre sus 5 hermanos se le encomendaron las labores domésticas; cocinaba, limpiaba, lavaba y como era de esperarse en las fiestas decembrinas a pesar de su corta edad ya era la encargada de preparar la cena.
Y así ha sido desde que tiene memoria, por eso cuando sus familiares deciden reunirse para recibir el Año Nuevo para ella es sinónimo de trabajo.
Cada vacación decembrina ella era quien se quedaba en la casa a cuidar a su madre, pues todos sus hermanos salían y a ella le atribuyeron la obligación de ser quien se quedara en casa por ser la mujer.
Al mismo tiempo, sus hijos crecían y decidían irse a pasar Navidad con la familia de su pareja o con su papá que por razones de trabajo no podía viajar ese día a la comunidad donde viven, y Margarita se quedaba sola en casa con su madre enferma.
Después de 2016, cuando desafortunadamente falleció su mamá, se le atribuyó de nuevo papel de cuidadora, en esta ocasión de sus nietos.
A sus 51 años nunca se ha tomado vacaciones y solo una vez ha pasado Navidad con todos sus hijos reunidos.
Margarita es mi mamá y como otras tantas mujeres de México tuvo la única opción de convertirse en la madre proveedora de bienestar para sus familiares y nunca tuvo tiempo para sí misma; se quedó en la monotonía de la mujer responsable de las necesidades de los demás, sin reconocer que tiene derecho a ser más que el papel que le otorgaron por razones ideológicas o culturales.
Yo, Alba Valdez, a mi mamá siempre le admiré la fortaleza de resolver todo, pensaba que era una heroína al tener tantas capacidades, pero en ningún momento me pregunté cómo se sentía.
Ahora, con el paso del tiempo y haciendo un recuento cronológico de su vida, me di cuenta que Margarita no es la mujer que quiso ser, sino, la mujer que le orillamos ser.
Con información de Testigo Púrpura