Los parientes. En este día, 10 de junio de 2018, celebramos el Domingo 10 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Marcos (3, 20-35), el cual presenta la acusación contra Jesús realizada por sus parientes de que estaba fuera de sí, la acusación que le hacen los escribas de que estaba poseído por un demonio y de que era un agente de Satanás, la defensa de Jesús y el juicio que él hace de los escribas y de sus parientes. El texto inicia así: “Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco”. Este suceso se realiza en Nazaret donde residían los parientes de Jesús, los cuales no podían entrar en esa casa debido a la multitud. Mientras tanto, el trabajo incesante de los discípulos, que ni siquiera tenían tiempo para comer, muestra que en la casa se realizaba una actividad que no era cosa de locos. Tanto Jesús como sus discípulos saben bien lo que hacen. Sin embargo, los parientes quieren responsabilizarse de Jesús porque consideran que está ‘fuera de sí’. Esta actitud entrometida demuestra que no han entendido ni el plan de Dios ni la verdadera identidad de Jesús.

La verdadera familia. La última parte del pasaje evangélico de hoy, dice así: “Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”. Él les respondió: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Los parientes de Jesús, especificados por su madre y sus hermanos, vuelven a buscarlo ahora de una manera pacífica para encontrarse con él. Sin embargo, se hace notar que ellos están afuera mientras que los ‘nuevos parientes’ están con Jesús, a su alrededor, escuchándolo. Jesús tiene que elegir entre sus dos familias y su palabra es clara y contundente: su madre y sus hermanos son los que están con él, los que cumplen la voluntad de Dios, y no los que están fuera. Ya no es la sangre el criterio de fraternidad, sino la pertenencia al grupo de sus seguidores. En Marcos no se plantea todavía el problema mariológico ni los privilegios marianos, sino que sólo le interesa señalar la contraposición entre la familia terrena y la familia espiritual de Jesús. Mateo y Lucas presentarán más tarde la figura de María Virgen como la verdadera pariente y discípula, que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica.

Los escribas. Los escribas, o maestros de la Ley, más suspicaces que los familiares, emiten un diagnóstico mucho más atrevido acerca de Jesús afirmando que está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y que realiza exorcismos por ser un agente suyo. La acusación, aunque inconsistente, era muy grave pues se castigaba en Israel con la pena de muerte. Jesús se defiende por medio de una parábola y les pregunta: ¿cómo puede Satanás expulsar al mismo Satanás? y afirmándoles que ningún reino dividido puede subsistir. De esta manera, Jesús desenmascara la falacia de sus adversarios y revela claramente su identidad. Él es superior a Satanás ya que es el Hijo de Dios, el depositario y administrador de la fuerza divina, del poder de Dios. Por medio de él queda Satanás reducido a la impotencia al irrumpir el Reino de Dios entre los hombres. Quien se obstine en verlo como endemoniado, o como aliado de Satanás, está tergiversando los hechos, cayendo en el único pecado imperdonable, el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado de quien rechaza la verdad con los ojos abiertos, del que rehúsa a la vez toda oferta de perdón y de salvación. Según el Evangelio, la blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado imperdonable, consiste en atribuir las curaciones realizadas por Jesús al poder de Satanás y no a la acción poderosa del Espíritu Santo. Con el término blasfemia se describe la actitud irreverente hacia el Espíritu Santo, es decir, no descubrir la presencia del Espíritu Santo en la persona y el ministerio de Jesús.

+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa