El divorcio. En este día, 7 de octubre de 2018, celebramos el Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, en la Liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Marcos (10, 2-16), que empieza así: “Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa? El divorcio indica la disolución de un matrimonio válidamente contraído, cuando los cónyuges están aún en vida. Actualmente se distingue de la separación, que excluye la posibilidad de nuevas nupcias, y de la declaración de nulidad, que es el reconocimiento de que el vínculo conyugal no ha existido nunca por la falta de algunas condiciones esenciales. Quienes admiten el divorcio lo justifican por la desaparición del afecto recíproco entre los cónyuges, o por algunas situaciones que hacen imposible la continuación de la relación conyugal, tales como la incompatibilidad de caracteres, enfermedad, violencia, irresponsabilidad o abandono, entre otras.
Moisés y Jesús. El texto evangélico continúa: “Jesús les respondió: ‘¿Qué les prescribió Moisés?’. Ellos contestaron: ‘Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”. La ruptura del lazo matrimonial, a iniciativa solamente del marido, aunque reprobada por los profetas, es admitida por la Ley de Moisés (Dt 24, 1-4), con algunas reservas. El motivo podía ser descubrir en la mujer alguna cosa que le desagradara. En tiempos de Jesús, los legistas judíos discutían si bastaba cualquier defecto o sólo se refería a una mala conducta. El procedimiento exigía un certificado de separación que atestiguara el repudio, y que otorgara también a la mujer la libertad de volverse a casar. Entonces, Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre” (Gén 1, 27; 2, 14). Jesús entiende la prescripción de Moisés como una concesión a la debilidad humana y remite al proyecto originario de Dios sobre el hombre y la mujer. Así, rechaza toda posibilidad de repudio del propio cónyuge con sucesivas nupcias. Para San Pablo, el matrimonio cristiano es el símbolo de la relación indisoluble entre Cristo y su Iglesia (Ef 5, 22-33). El amor tenaz y fiel de Dios por su pueblo pecador, manifestado en Cristo, es la verdad íntima de toda unión conyugal.
Matrimonio y adulterio. El pasaje evangélico continúa: “Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: ‘Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. En sentido estricto, el adulterio es la relación sexual de un hombre casado con otra mujer o de una mujer casada con otro hombre. El adulterio es considerado como un mal social, como un atentado contra la integridad de institución familiar. Jesús radicaliza el mandamiento: “No cometerás adulterio” (Ex 20, 14) afirmando que todo el que mira a una mujer con un mal deseo, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (Mat 5, 27-28). La razón fundamental de la prohibición de este comportamiento por parte de la moral cristiana es la violación de la fidelidad conyugal, que constituye un valor esencial de la vida matrimonial.
Indisolubilidad y divorcio. Jesús afirma la indisolubilidad del matrimonio y, por eso, la Iglesia Católica excluye la posibilidad del divorcio basándose en las palabras de Cristo: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mc 10, 11). Los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio civil, siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque en estado irregular y, por tanto, en imposibilidad de acceder a la confesión y a la eucaristía, mientras perdure su convivencia de tipo matrimonial (FC 84). El sentido antropológico del rechazo del divorcio es la fidelidad a la persona “en las buenas y en las malas”, la cual es indispensable para un amor incondicional al cónyuge y a los hijos. Actualmente, la Iglesia también acepta la declaración de nulidad, que es el reconocimiento jurídico de que el sacramento matrimonial contraído no reunió las condiciones esenciales para justificar su validez.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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