El ciego Bartimeo. En este día, 28 de octubre de 2018, celebramos el Domingo 30 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Marcos (10, 46-52), el cual nos presenta a Jesús saliendo de Jericó, acompañado de sus discípulos y de mucha gente, subiendo hacia Jerusalén para vivir la Pascua definitiva, es decir, su Muerte y Resurrección. A la orilla del camino estaba sentado un ciego, llamado Bartimeo, pidiendo limosna. Al escuchar que quien pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Al oír sus gritos, algunos intentaron callarlo, pero él gritaba más fuerte a Jesús con el título mesiánico «Hijo de David». Entonces Jesús se detuvo y lo mandó llamar. Algunos le dijeron: «¡Ánimo, levántate, porque él te llama”! El ciego Bartimeo tiró su manto y de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús, quien al recibirlo le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Vete; tu fe te ha salvado». “Inmediatamente recobró la vista y comenzó a seguir a Jesús por el camino”. Jesús sana una ceguera exterior que es el signo visible de una curación interior. La luz entra en la vida de Bartimeo a través del seguimiento de Jesús Mesías y por eso lo llama, aunque moleste a los demás. La vista recuperada es el comienzo de un camino vocacional, es decir, de la respuesta a un llamado explícito de Dios, que invita a ir tras los pasos de Jesús. Entre nosotros la ceguera espiritual es una enfermedad endémica. Hay muchos que creen ver y por eso mismo están ciegos, dice San Juan. Pensamos tener todas las respuestas y dejamos a Jesús al borde del camino en vez de seguirlo. Para superar la ceguera, hay que aceptar que tenemos necesidad de Dios. Muchos necesitamos liberarnos de las ataduras que aprisionan nuestra fe, tomar decisiones importantes y presentarnos ante Jesús con una nueva confianza.
Curarnos de la ceguera. Ciego es aquel que no ve nada claro en su vida, que no ve el camino de la verdad. Ciego es también quien cierra los ojos sobre sí mismo y sobre el mundo, que se encierra en sus ideas prefabricadas o en la desesperación. Si uno se encuentra en esa situación, lo más normal es que llame, que pida socorro como lo hizo Bartimeo con un grito angustiado que surja desde la profundidad de su ser, con una oración desde el corazón que manifieste la conciencia de la necesidad personal y el fuerte deseo de resolverla, que reconozca con humildad que sólo con la ayuda de Dios podrá lograr una solución adecuada, que tenga una confianza plena en Jesús y en su compasión ilimitada. Los milagros del Evangelio son simbólicos y especialmente las curaciones de los ciegos. En algunas homilías de los Santos Padres, se señalan varios tipos de ceguera espiritual que sufrimos los seres humanos y de las que sólo Jesús puede curarnos. Un defecto frecuente en los ojos es la miopía que sólo permite ver bien las cosas cercanas, mientras que las lejanas se ven nubladas o distorsionadas. Muchos somos así, miopes en las cosas espirituales y ponemos la atención en pequeñeces intrascendentes o inútiles, perdiendo de vista nuestro destino eterno. ¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animarnos a vivir un proceso que pueda cambiar nuestras vidas, para recuperar el encanto de la fe en Jesucristo, para experimentar el entusiasmo de una nueva conversión que nos restituya el sentido profundo de nuestra existencia y de nuestro destino eterno.
La ceguera mundana. La humanidad contemporánea vive deslumbrada por los avances técnicos, interplanetarios y cibernéticos, por el anhelo de la riqueza y el dinero como la cumbre de la felicidad, por el desenfreno del gusto y del placer erótico sexual, por el culto a la imagen, a la moda y al glamour. Sin embargo, tiene la vista enceguecida ante el respeto de la vida y de la dignidad humana, ante el reconocimiento y la práctica de los auténticos derechos humanos, ante el cultivo y cuidado de la creación y del entorno ecológico, ante la paz, la justicia y el estado de derecho. Solamente la luz de la recta razón y la fe en Jesucristo pueden lograr que tengamos un mundo más hermoso.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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