La Venida Gloriosa. En este día, 18 de noviembre de 2018, celebramos el Domingo 33 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Marcos (13, 24-32), el cual comienza así: “Jesús dijo a sus discípulos: Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo”. Estas palabras de Jesús sobre el final de los tiempos son conocidas como el discurso escatológico, con expresiones apocalípticas, para indicar el establecimiento de un mundo nuevo con una historia diferente. Se trata de una transformación radical expresada con imágenes exageradas de tipo astronómico, mientras que los hombres siguen en la tierra para contemplar un hermoso espectáculo: la venida del Hijo de hombre que llega con gran esplendor, como había anunciado el profeta Daniel (7, 13). El título de Hijo del hombre era el preferido de Jesús para indicar la realidad de su naturaleza humana. Su venida es gloriosa porque manifiesta la presencia poderosa y misericordiosa de Dios. Con él llegan también los ángeles, seres de la corte celestial que proclaman su gloria en el cielo y en la tierra. La parusía, o segunda venida del Hijo del hombre, reúne a los elegidos de su pueblo para que estén siempre con él en un maravilloso momento de luz y de encuentro.
El discurso de Marcos. A diferencia del discurso de Mateo (24, 26-31) que a la perspectiva de la ruina de Jerusalén y del Templo, añade la del fin del mundo, el discurso escatológico de Marcos, conserva la orientación primitiva que solamente se refiere a la ruina de Jerusalén. Muchos críticos creen ver en ello un pequeño apocalipsis judío, inspirado en el libro de Daniel y completado con palabras de Jesús. Nada hay en estas palabras, ni en el pequeño apocalipsis judío en que se basa, que anuncie otra cosa que la crisis mesiánica inminente y la liberación esperada del pueblo elegido, que de hecho se ha producido con la ruina de Jerusalén, la resurrección de Cristo y su venida en la Iglesia. Los prodigios cósmicos, afirman las notas de la Biblia de Jerusalén, sirven en el lenguaje tradicional de las profecías para describir las intervenciones poderosas de Dios en la historia. En este caso, se trata de la crisis mesiánica seguida del final triunfante del pueblo de los santos y de su jefe el Hijo del hombre.
La higuera. El texto evangélico de Marcos continúa: “Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”. Hablar de los últimos tiempos, es hablar de un cielo nuevo y de una tierra nueva, que deben comenzar de algún modo aquí en la tierra, para poder entregarle al Padre, en el último día, la ofrenda de un mundo purificado y renovado. Todos los discípulos de Jesucristo tenemos la vocación y misión de ser constructores de esa nueva realidad.
Nuevas preocupaciones. Las generaciones actuales no tienen interés en los discursos apocalípticos sobre el fin del mundo, ni en el mensaje esperanzador de Jesús. Sin embargo, les preocupa la agresión ecológica que conduce a una crisis global, la excesiva tala de los bosques, la contaminación del agua, la explotación indiscriminada de los energéticos y de los minerales, así como la extinción de especies vegetales y animales. También les preocupa la cultura de la muerte que promueve el aborto, la eutanasia, la violencia generalizada por la producción y el control de los mercados de estupefacientes, así como las migraciones masivas provocadas por la miseria y la hambruna. Estos desafíos actuales exigen seres humanos nuevos capaces de amar y respetar la vida en un mundo nuevo.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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