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Crónica del Poder

El contexto histórico. En este día, 9 de diciembre de 2018, celebramos el Segundo Domingo de Adviento, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (3, 1-6), el cual comienza así: “En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías”. San Lucas establece un sincronismo entre la historia profana y la historia de la salvación. La costumbre de presentar a un personaje ubicándolo entre los gobernantes contemporáneos, tiene algunos paralelos en el Antiguo Testamento y también entre los autores clásicos. La referencia al año quince del reinado de Tiberio César es bastante precisa, ya que Tiberio sucedió a Augusto, como único emperador, el 19 de agosto del año 14 después de Cristo y reinó hasta el año 37. Jesús fue bautizado por Juan a finales del año 27. Poncio Pilato fue prefecto, o procurador de Judea, en los años del 26 al 36 después de Cristo.

La voz del desierto. La afirmación de que la palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto, presenta a éste como continuador del profeta Jeremías, consagrado desde el vientre de su madre. Ambos fueron santificados antes de su nacimiento y anunciaron el juicio escatológico, la gloria mesiánica y la nueva y definitiva alianza en la que serán admitidos prioritariamente los más sencillos. El desierto representa al lugar en que Israel fue conducido por Dios, después del éxodo de Egipto, para establecer su alianza o vínculo matrimonial con él. Sin embargo, el desierto es también el lugar de la prueba y de la tentación. Juan el Bautista tiene la misión de ser un gran profeta, de hablar en nombre de Dios. Es un conocedor de la realidad pecadora de su pueblo y lo invita a la conversión, a través de un bautismo de penitencia. Juan es un hombre de Dios, que posee un gran don de discernimiento para descubrir la voluntad divina en la historia, aunque tenga que afrontar el conflicto y la persecución. Juan, como otros tantos profetas, será encarcelado y finalmente decapitado por fidelidad a su misión.

El Bautismo de Juan. La segunda parte del relato evangélico dice así: “Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías: “Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios”. El bautismo de Juan es diferente de otros ritos parecidos: se recibe una sola vez a través del profeta, que ejerce un papel principal y público; tiene carácter escatológico, porque se da para el perdón de los pecados de cara al inminente juicio final de Dios; sella el compromiso de conversión del bautizado, garantiza en nombre de Dios el perdón escatológico y promete el Espíritu Santo, que será infundido al final de los tiempos. La actividad del Bautista está descrita como cumplimiento del mensaje de Isaías (40, 3-5), el cual se ubica también en el desierto. En Isaías, la voz del mensajero de Dios proclama el retorno de los exiliados de Babilonia como en procesión, precedidos por el Señor. En la tradición evangélica ‘el camino’ es de preparación a la venida del Mesías. ¿Por qué hay que preparar ‘el camino del Señor’? Porque hay otros caminos que hacen imposible la presencia y presidencia de Dios. ¿Por qué no se ve su mano salvadora? ¿Cuándo todos los hombres verán la salvación de Dios? Cuando seamos capaces de retirar los obstáculos que la hacen imposible. Sólo entonces podrán nuestros ojos contemplar las maravillas de Dios.

Abrir caminos a Dios. Juan Bautista nos invita a buscar personalmente a Dios, escuchando atentamente su Palabra y descendiendo al fondo de nuestro corazón, para reconocer, con sinceridad, nuestra condición débil y pecadora. El encuentro personal con Jesucristo es indispensable para reconocer el amor incondicional de Dios Padre. La intimidad con el Espíritu Santo nos otorga el gozo de sentir y gustar internamente las realidades espirituales del medio divino.

+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

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