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Crónica del Poder

El domingo siguiente a la fiesta de la Navidad, la liturgia de la Iglesia católica lo dedica a la contemplación de la Sagrada Familia. La familia de Nazareth integrada por José, María y el niño Jesús es fuente de inspiración y modelo para todas las familias.
En la figura de José observamos la imagen del padre de familia que es providente, protege, educa, cuida, dialoga y acompaña; María por su parte es la imagen excelsa de la maternidad, ella da a luz a Jesús, lo envuelve entre pañales, está cerca, cuestiona al hijo, lo escucha, lo acompaña, lo protege del peligro y lo ayuda a crecer. Jesús nace y se desarrolla dentro de un hogar, se somete a sus padres, crece en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres.
La familia de Nazareth no es solo modelo de las virtudes humanas y de santidad, lo es también en el modo como afrontan las dificultades de la vida que muchas veces aparecen en torno al hogar. El evangelio nos muestra que en la sagrada familia no todo fue tranquilidad, como se pudiera pensar, también la sagrada familia pasó por pruebas y dificultades.
Leyendo los relatos de la infancia de Jesús observamos de entrada el ambiente de precariedad y de violencia que rodeó el nacimiento de Jesús. El hecho de que Jesús naciera en Belem, que haya sido recostado en un pesebre porque “no hubo lugar en la posada” (Lc 2, 1-14), habla de esa dura realidad. El evangelio cuenta además que el rey Herodes quería asesinar al niño y por ello, la Sagrada familia se ve obligada a emigrar a otro país para proteger a su hijo (Mt, 2,13-15).
Un detalle más de las dificultades que enfrentó la familia de Nazareth lo fue, sin duda, la experiencia amarga de perder a su hijo (Lc 2, 41-52). Los padres de Jesús, como buenos judíos iban año con año a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió la edad de 12 años, lo llevaron también con ellos. Sin embargo cuando ya están de regreso, luego de un día de camino, se dan cuenta de que el niño Jesús no iba entre la caravana.
Es una prueba durísima para cualquier familia que un hijo se les desaparezca y que no lo puedan encontrar. También María y José sufren por la desaparición de Jesús. Es entonces cuando empieza la búsqueda y dos días después lo encuentran en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y preguntándoles. “Todos los que lo oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba”. La historia termina, diciendo que Jesús regresó con sus padres y que vivió sujeto a ellos y que crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios.
Todas las familias viven situaciones diferentes. No todo es alegría y paz, también hay momentos de preocupación y de angustia. Ser padre o ser madre no es una tarea fácil. Los padres saben que cuando los hijos empiezan a crecer, empiezan a proyectar su propia personalidad y con ello llegan nuevos desafíos; cuando llega ese momento es preciso saber orientarlos en la dirección adecuada, aquí es donde se necesita un trabajo artesanal, que requiere tacto, sabiduría, tiempo, paciencia, comunicación, la adecuada autoridad y todo el amor. Papá y mamá son los primeros responsables de esa educación.
Resulta muy importante atender a tiempo las adversidades que van apareciendo en la familia; los padres de familia saben que no se pueden descuidar o postergar algunas decisiones. Una decisión a tiempo puede ahorrar muchos sufrimientos y lamentos. María y José cuestionaron la conducta de su hijo cuando se les extravió, y no obstante que encuentran una respuesta que los sorprende, terminan convenciéndolo para que regrese con ellos a su casa. El diálogo en familia es fundamental. Un padre o una madre que declina su responsabilidad ante la primera adversidad de su familia, puede ocasionar la pérdida de todas las batallas.
Jesús por su parte se somete a sus padres. No obstante que es el hijo de Dios, Jesús se muestra como un adolescente que los respeta y obedece. El Evangelio señala que “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”. Esta frase revela muy bien la realidad de la encarnación. Jesús asumió verdaderamente nuestra existencia; él recorrió todas las etapas del desarrollo humano. Jesús compartió nuestra situación y conoció las dificultades y las alegrías, las esperanzas y aspiraciones propias del ser humano.
En el domingo de la Sagrada Familia, encomendamos a la familia de Nazareth a todas nuestras familias. Que el testimonio de José y de María ilumine todos los hogares para que también en ellos los hijos crezcan en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres, es decir, que los hijos cuenten con un ambiente apropiado para desarrollarse y crecer armoniosamente.

Pbro. José Manuel Suazo Reyes