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Crónica del Poder

Hemos venido a adorarlo. En este Domingo, 6 de enero de 2019, celebramos la solemnidad de la Epifanía del Señor en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (2, 1-12), el cual inicia así: “Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”. San Mateo, después de presentar la persona de Jesús como hijo de David e Hijo de Dios, ahora expone su misión de salvación ofrecida también a los paganos, a cuyos sabios atrae hasta su luz. Herodes, el Grande, reinó del año 37 al 4, antes de Cristo, y su Reino abarcaba la mayoría de las regiones de Israel. Al referirse este texto a unos magos de oriente, se puede pensar en sabios astrólogos de Persia, Babilonia o Arabia. Desde esas lejanas tierras, ellos fueron guiados por una estrella que les marcó el camino. En su providencia, Dios mismo los condujo de una manera misteriosa al encuentro con el Mesías recién nacido. Al encontrar al Niño Jesús, reconocieron que él era Dios y por eso lo adoraron y le ofrecieron incienso. De esta manera se reveló el misterio escondido en Dios: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio” (Efesios 3, 2-6).

La reacción de Herodes. Resulta muy curiosa la reacción del rey Herodes, quien se sobresaltó y convocó inmediatamente a los sumos sacerdotes y a los escribas, para preguntarles dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron que, en Belén de Judá, porque así lo había escrito el profeta Miqueas: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel” (Mi 5, 1-3). Entonces Herodes llamó en secreto a los magos y los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño, y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”. Los magos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos hasta detenerse encima de donde estaba el niño. Llenos de inmensa alegría, entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y advertidos durante el sueño, como a San José, de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Todos conocemos la reacción política de Herodes, quien, al sentirse burlado por los magos de oriente, mandó a asesinar a todos los niños, menores de dos años, de Belén y sus alrededores. Algo semejante se nos presenta actualmente en México, cuando la ley autoriza a las mamás para dar muerte a sus propios bebés hasta los tres meses de embarazo.

Epifanía y adoración. La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Junto con el bautismo de Jesús en el río Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos magos venidos de oriente, como representantes de las religiones paganas de los pueblos vecinos. El Evangelio contempla las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María, la Buena Noticia de la salvación. Estos magos se caracterizan por buscar la verdad y la sabiduría. Saben leer los signos de Dios en los astros y obedecen la voluntad divina. Se ponen en camino y se dejan guiar por la estrella de Belén. Son humildes y capaces de reconocer al Rey envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Se inclinan ante él y lo adoran, al descubrir su divinidad escondida en el humilde ropaje de su humanidad. En su profunda sencillez, este relato plantea preguntas muy decisivas en nuestra vida cristiana: ¿Adoramos sinceramente al Niño de Belén? ¿Descubrimos en él al Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación? ¿Ponemos a sus pies nuestras riquezas y bienestar? ¿Nos dejamos guiar por la Palabra de Dios? ¿Estamos dispuestos a adorarlo en la Cruz y en la Hostia consagrada? ¿Buscamos primordialmente el Reino de Dios y su justicia?

+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

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