Nadie es profeta en su tierra. En este día, 3 de febrero de 2019, celebramos el cuarto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (4, 21-31), el cual presenta la conclusión del relato de su visita a la sinagoga de Nazaret. Sus paisanos, después de aprobar y admirar la sabiduría de las palabras que salían de su boca, se preguntan con asombro: “¿No es este el hijo de José?”. Entonces Jesús les respondió: “Seguramente me dirán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’ y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Enseguida, Jesús añadió: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra” y cita a los profetas Elías y Eliseo que habían hecho favores de parte de Dios a la viuda de Sarepta, en Sidón, y a Naamán, el sirio, ambos pertenecientes a pueblos extranjeros. Ante estas palabras, la reacción de los asistentes a la sinagoga se tornó muy violenta: “Se llenaron de ira, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio para despeñarlo”. Sin embargo, Jesús pasó por en medio de ellos y se alejó del lugar. En este relato de Lucas, sorprende el cambio tan brusco de actitud tanto de los nazarenos como del mismo Jesús. El pueblo pasa del asombro y la admiración ante la persona de Jesús para dar cabida a la duda y hasta la incredulidad. Jesús se asombra de la falta de fe de sus paisanos que le piden respaldar su pretensión mesiánica con milagros y señales, como lo ha hecho en Cafarnaúm. Sin embargo, él no realiza los milagros para impresionar a un auditorio ni para confirmar con hechos portentosos el carácter divino de su misión.
Los milagros. Jesús solamente concede sus prodigios cuando percibe una auténtica necesidad humana y cuando descubre que hay fe en sus interlocutores: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”, repetirá varias veces en el Evangelio. Jesucristo explica a sus paisanos que a él le toca correr la misma suerte de los profetas, esto es, de ser rechazado por su propio pueblo. Sus palabras fuertes y claridosas provocan una violenta reacción de sus interlocutores, los cuales intentan dañarlo y hasta matarlo. En varios momentos de la historia cristiana, Jesucristo ha sido rechazado principalmente en lo concerniente a su divinidad y mesianismo. La Iglesia de Cristo, con todas sus debilidades y limitaciones, continúa el profetismo de su fundador y lo presenta ante el mundo y sus culturas como el Hijo amado de Dios, su Señor y su Salvador.
El profeta Jeremías. La primera lectura de hoy es de Jeremías (1, 4-5.17-19), la cual presenta el mismo tema de la suerte adversa de quien es profeta. Este texto presenta hermosamente la vocación del profeta de parte de Dios: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones”. Por eso, Dios le ofrece todo su apoyo en la misión difícil que le encomienda: “Ponte en pie y diles lo que yo te mando, no temas, no titubees delante de ellos. Hoy te hago ciudad fortificada ante los reyes, jefes, sacerdotes y pueblo. Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”. La vida de Jeremías fue un signo de contradicción en todos los aspectos, pero Dios nunca lo abandonó. Su figura es muy semejante a la de Jesús: profeta de sufrimientos, de dolores e incomprensiones. Quienes somos discípulos y misioneros de Jesucristo estamos llamados a imitarlo en su profetismo, el cual consiste en anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios y denunciar la maldad y la injusticia, aunque tengamos que padecer sufrimientos e incomprensiones.
La Caridad. La segunda lectura de hoy, es de la Primera Carta a los Corintios (12, 31-13,13), la cual es conocida como el Himno a la Caridad. Es un desarrollo de la explicación hecha por San Pablo sobre los carismas, ya que el amor, ágape o caridad, que procede de Dios, es el carisma superior que impregna a todos los demás. El amor cristiano es el valor supremo y eterno para el creyente en esta tierra, porque manifiesta en primicias lo que será la eternidad. Jesús, al entregar su vida en la Cruz, es el modelo de ese amor que procede de Dios y se orienta a Dios y a los hermanos.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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