Nunca ha visto uno en vida libre, pero el científico mexicano Ramón Bonfil tiene a los peces sierra en su cabeza cada día que se echa al mar para buscar restos de ADN de un animal que define como “de fantasía” y al que quiere salvar de la extinción.
Bonfil, ya entrado en la cincuentena, cuenta a Efe que desde niño quedó fascinado por estos peces emparentados con los tiburones al verlos en los cómics mexicanos de los años 60, cuando “todavía estaban muy presentes en la conciencia de la población” y se daba por hecho que estaban vivos.
El oceanólogo, fundador de la asociación civil Océanos Vivientes -dedicada a promover la salud de la vida acuática-, estima que en estos momentos deben quedar “unas decenas” de peces sierra en México, en las aguas someras de bocas de ríos y lagunas costeras.
Para él, que lleva desde 2015 dedicado a la búsqueda de algo que nunca ha visto, eso es suficiente. Su sueño es dar con ellos y, algún día, restaurar su población.
Bonfil ha conseguido dinero tanto del Gobierno -que desde 2017 ya no le apoya- como de organizaciones extranjeras o distintos donantes privados.
Es poco, pero le sirve para liderar a un equipo “de cuatro o cinco ayudantes”. Eso sí, ninguno ha visto “un solo peso en los últimos tres años”.
Eso complica todo, pues los participantes lo hacen prácticamente por amor a estos animales y han de sacar tiempo de sus otras actividades.
Bonfil puede dedicarle todo el tiempo, dice, pues vive con su padre, quien le da cobijo y alimento. Para él es suficiente, y el especialista en Ecología, Conservación y Pesquería de Tiburones y Rayas continúa su plan de encontrar al animal.
Todo comenzó con un recorrido por las costas mexicanas que duró tres años “preguntándole a los pescadores y a los habitantes de la costa si habían pescado estos animales, si los conocían, cuándo era la última vez que habían visto uno”.
“Los resultados indicaron que los pescadores muy viejos lo conocían y que los jóvenes ya no”, apunta.
Su desaparición fue silenciosa durante los años 60 y 70 y se agravó en los 80, siendo ya “muy escasos”.
Hay reportes de la década de los 90, el año 2000 e incluso 2010, pero cada vez menos “y no siempre con evidencia real de lo que decía el pescador”.
La razón principal de la merma de población es que, dado que son animales que nadan a no mucha profundidad, son muy fáciles pescar. Eso sumado a que, según Bonfil, hasta que llegó él nunca se habían llevado a cabo labores de monitoreo o conservación del animal.
Mientras recorría las costas hablando con los pescadores, empezó a lanzar algunas redes en zonas seleccionadas para ver si daba con algún pez sierra y podían colocarle un geolocalizador. No hubo suerte.
En 2017, ya sin apoyo gubernamental pero con algo de capital extranjero, Bonfil opta por seguir huellas invisibles y se centra en tomar muestras de ADN del agua en zonas donde se sabe que estos animales han sido muy abundantes. “Lagunas costeras, cuerpos de agua, santuarios, playas”, precisa.
Allí él y sus colaboradores aplican “una técnica muy novedosa que se llama ADN ambiental”, que precisa si existen restos de ADN de la especie en cuestión en esas aguas.
Si se encuentra ADN, la especie está viva, pues el código genético presente en las células no permanece más de tres semanas o cuando mucho un mes en el agua.
“Si encuentras ADN de pez sierra en una muestra de agua quiere decir que no hace mucho pasó un pez sierra“, cuenta emocionado.
Hasta ahora han recorrido más del 50 % de la costa del Atlántico -los estados de Campeche, Quintana Roo, el sur de Veracruz, Tabasco- y también la parte de Chiapas en el Pacífico.
“Los datos que tenemos indican que todavía existen, pero son muy pocos. Ya empezamos a analizar en el laboratorio algunas de las muestras de agua y hemos localizado que hay un poquito de ADN de peces sierra“, asegura.
Una vez tengan todos los datos analizados, sabrán con exactitud en qué parte de la costa existen todavía, dónde ya no y en qué lugares son “bastantes”, un término que, aclara “es muy relativo”.
Después tocará volver a las costas, a estar en esas áreas seleccionadas muchos meses hasta “dar con ellos físicamente, medirlos y marcarlos con rastreadores satelitales” que permitan saber sus movimientos.
Esto puede llevar años y todavía quedaría un paso más: hablar con las comunidades ribereñas y enseñarles la importancia del animal y sumarlos a la lucha “para que ellos tomen la bandera de conservación” que cristalizaría finalmente en una repoblación.
Luego de 35 años dedicados a la vida marina, aún quedan décadas para que Bonfil vea cumplido su sueño, su labor más magna, la de salvar la vida de una especie ya casi mitológica.
“No quiero que desaparezca delante de mis ojos”, concluye.