El Espíritu de Dios. En este día, 9 de junio de 2019, celebramos la solemnidad del Domingo de Pentecostés, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (14, 15-16. 23-26) el cual inicia así: “Jesús dijo a sus discípulos: Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el mundo, porque ni lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen porque vive en ustedes y con ustedes está”. Sólo en el Evangelio de Juan, el Espíritu recibe el nombre de “Paráclito” que se traduce como Espíritu Consolador. El significado de este nombre es muy amplio: ayudante, asistente, sustentador, abogado, procurador, defensor y, sobre todo, consolador e iluminador en el proceso interno de la fe. Se trata de otro Paráclito, pero en la misma línea de Jesús. Una persona divina destinada a permanecer con los creyentes. El texto evangélico continúa: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió”. El cumplimiento de la palabra de Jesús, es la condición para que el discípulo exprese su amor a Cristo y pueda recibir el don del amor del Padre, que se manifiesta en la inhabitación del Padre y del Hijo en su propio interior. El relato evangélico concluye: “Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”. Jesús promete el don del Espíritu Santo, el cual será enviado por Dios Padre para dar continuidad a su obra, a través de la enseñanza y del memorial de las palabras dichas por el mismo Jesucristo.
Pentecostés. El libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) dice: “El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse”. La promesa de Jesús se cumple en los discípulos el día de Pentecostés. Lucas describe la venida del Espíritu Santo sobre ellos con gran plasticidad utilizando imágenes como el viento y el fuego, que evocan la presencia de Dios. Pero no se trata sólo de una experiencia interior: Inmediatamente la fuerza que han recibido los mueve a proclamar las grandezas de Dios ante gentes venidas de todo el mundo. Es como si desapareciera la confusión de Babel, que provocó la dispersión de los pueblos (Gén 11, 1-9), y todos los hombres pudieran reunirse de nuevo en una misma familia. De esta manera, el autor subraya el amplio horizonte de la misión cristiana.
Dejarse guiar por el Espíritu. El texto de la Carta a los Romanos (8, 8-17) dice así: “Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes. Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita entre ustedes. Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de Hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”. Para agradar a Dios es necesario vivir según el Espíritu de Dios y no de acuerdo al desorden egoísta, propio del ser humano. Mediante el Espíritu, el cristiano llega a ser hijo de Dios, destinado a la gloria. El Espíritu no sólo da vida nueva, sino que además establece para los seres humanos una relación de hijos adoptivos y herederos de Dios.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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