La identidad. En este día, 23 de junio de 2019, celebramos el Domingo 12 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (9, 18-24) el cual inicia así: “Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Ellos contestaron: ‘Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado’. La referencia de Lucas sobre Jesús haciendo oración indica que algo muy importante va a suceder y va a ser revelado. La opinión popular sobre la identidad de Jesús coincide con la del tetrarca Herodes, según San Lucas (9, 7-9): “Herodes estaba perplejo, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros que Elías se había aparecido, y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado”. En la actualidad, muchas personas admiran a Jesús como un personaje histórico, sabio y admirable, pero su vida y enseñanza no inciden en sus convicciones personales ni en su conducta cotidiana.
Pedro profesa su fe. El relato evangélico continúa: “Él les dijo: ‘Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?’ Respondió Pedro: ‘El Mesías de Dios’. Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie”. Esta confesión de Pedro, hablando en nombre del grupo apostólico, tiene mucha importancia y marca un momento decisivo en la vida terrena de Jesús. Los discípulos reconocen por primera vez, de un modo explícito, que él es el Mesías. Este título aparece anteriormente cuando Lucas habla del anciano Simeón, en el pasaje de la presentación del niño Jesús al Templo: “El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor” (Lc 2, 26). El Mesías del Señor es aquél que es ungido, es decir, consagrado para una misión de salvación, para instaurar el reino de Dios. Después de la profesión de Pedro, Jesús dedicará sus esfuerzos a formar a este pequeño núcleo de los primeros creyentes y a purificar su fe. Esta fe y reconocimiento de Jesús, como el Mesías y Salvador, enviado por Dios Padre, deben estar siempre vivos en toda persona y comunidad cristiana. Es absolutamente necesario reafirmar la centralidad de Jesús en su Iglesia.
El primer anuncio de la Pasión. El texto evangélico prosigue: “Después les dijo: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”. Este es un primer anuncio de la Pasión y tiene la intención de identificar el mesianismo de Jesús, con la misión del Siervo sufriente de Dios, como viene descrito por el profeta Isaías. Jesús, como Mesías de Dios, debe ser contemplado desde la perspectiva de la cruz y no desde puntos de vista meramente terrenos. La oposición de las autoridades judías se irá incrementando hasta lograr la muerte de Jesús, del Hijo del hombre, que tiene poder para perdonar los pecados pero que acepta humillarse hasta la muerte de cruz, para manifestar su Resurrección y Ascensión al Cielo.
Las exigencias del seguimiento. La narración evangélica concluye: “Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: ‘Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”. El discípulo de Jesús debe seguir su mismo camino, cargar la cruz de cada día, a través de la fidelidad a Dios y la entrega a los demás. No se trata de buscar ocasiones extraordinarias para ser héroes o mártires, sino cargar la cruz de cada día, las pruebas que nos va deparando la vida, el constante sacrificio y entrega en nuestras relaciones con los demás, nuestra generosa disponibilidad, la aceptación de las renuncias, las molestias, las fatigas y el autodominio que exige el ser auténticos cristianos en este mundo, que nos aborrece por ser fieles al Evangelio y pretende seducirnos con sus halagos y placeres. Todo eso supone la entrega total a Jesucristo, la renuncia constante a nuestro egoísmo y la práctica de las virtudes cristianas con carácter extraordinario. La moral cristiana consiste en seguir a Jesucristo como modelo de vida y como fuerza inspiradora de toda nuestra actuación.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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