Estar a los pies de Jesús. En este día, 21 de julio de 2019, celebramos el Domingo 16 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (10, 38-42) cuya primera parte dice: “Jesús entró en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra”. La visita de Jesús a Betania resalta tres elementos de la vida cristiana que son, el amor eficiente, la escucha de la Palabra y la oración. En esta parte del relato, se destaca la importancia de escuchar la Palabra, con todo lo que de ella se deriva. Jesús es el Maestro que expresa su plena libertad ante las normas culturales judías de su tiempo, las cuales prohibían a un varón estar solo con mujeres que no pertenecieran a su propia familia, ser servido por ellas, y enseñar a una mujer en su propia casa. Ser recibido en una casa familiar era un hermoso signo de hospitalidad. Estar a los pies de Jesús es la auténtica postura de un discípulo que escucha la palabra del Maestro, asimila su enseñanza y contempla su rostro. En un discurso a los judíos de Jerusalén, San Pablo afirma: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Silicia, pero educado en esta ciudad e instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros antepasados” (Hch 22, 3).
Los afanes de Marta. El relato evangélico prosigue: “Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: ‘Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude. El Señor le respondió: Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. Desde la llegada de Jesús a su casa, Marta se desvive por acogerlo y atenderlo debidamente a través de múltiples ocupaciones, hasta que, desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús. Éste, no pierde la paz y le responde con un gran cariño repitiendo su nombre. Luego le hace ver que también a él le preocupa su agobio, pero le hace saber que escucharle a él es tan necesario que a ningún discípulo se le ha de dejar sin su Palabra. La hospitalidad y la amistad se alimentan de la estima y de la escucha recíproca, así como de los detalles y de la atención afectuosa. María es presentada por Jesús como modelo del discípulo cristiano que debe escuchar la palabra del Maestro y contemplar su rostro divino. Realizar eso en el seguimiento de Cristo es elegir la mejor parte que no puede ser arrebatada. El auténtico testimonio de los discípulos consiste en anunciar las maravillas que han visto por la fe y los frutos de la Palabra de Dios que han oído.
Actividad y oración. En nuestra sociedad actual, las constantes actividades que debemos realizar en razón de la familia, del trabajo, del estudio y de los desplazamientos constantes, nos pueden impulsar a un constante activismo que va modelando nuestra manera de ser. Agitados por tantas ocupaciones y preocupaciones, corremos el peligro de estresarnos y desesperarnos, así como caer en constantes nerviosismos y hasta depresiones. Es indispensable recuperar el espíritu y el hábito de oración, esto es, pasar muchos ratos a solas con quien sabemos que nos ama (Santa Teresa). También es necesario promover la oración y la convivencia familiar cotidianas, que se deterioran frecuentemente por la ausencia de sus miembros y por la adicción excesiva a la televisión, a las computadoras o al teléfono celular. Necesitamos redescubrir el sentido de los días de descanso y de los períodos vacacionales. En el silencio y en la paz del descanso podemos encontrarnos más fácilmente con nuestra propia verdad. El encuentro con Dios es indispensable para recuperar la alegría de vivir, de amar y de servir. Estar nuevamente a los pies de Jesús, como auténticos discípulos, nos llenará del poder de su Espíritu Santo para seguir luchando y para revitalizar la paz. Salvar los tiempos de oración, nos ayuda a recobrar el encanto de la vida y el gozo de pertenecer a una familia humana y a la gran comunidad eclesial de los hijos e hijas de Dios.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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