La Salvación. En este día, 25 de agosto de 2019, celebramos el Domingo 21 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (13, 22-30) el cual inicia así: “Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” La idea de salvación expresa la experiencia fundamental de verse sustraído a un peligro, en que se estaba expuesto a perecer. El acto de salvar tiene afinidad con la protección, la liberación, el rescate, la curación. A partir de esta experiencia humana, la revelación cristiana expresa los aspectos más esenciales de la acción de Dios en la tierra: Dios salva a los hombres, Jesucristo es nuestro Salvador (Lc 2, 11), el Evangelio aporta la salvación a todo creyente. Jesús se manifiesta como Salvador al curar a los enfermos, o al rescatar a Pedro cuando se hunde al pedir caminar sobre las aguas. Para recibir la salvación, es indispensable la fe y, por eso, la duda es un fuerte obstáculo que reprocha con frecuencia Jesús a sus discípulos. La salvación cristiana no se reduce a la salud corporal sino también a la salud espiritual, mediante el perdón de los pecados, el cambio radical de vida y el seguimiento de Jesucristo. La salvación es el objetivo principal de la vida de Jesús ya que vino a este mundo para salvar lo que estaba perdido.
La puerta angosta. El relato evangélico continúa: “Jesús le respondió: ‘Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera”. Para entender correctamente la invitación de Jesús para entrar por la puerta angosta, hemos de recordar sus palabras en el Evangelio de San Juan (10, 9): “Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo”. Entrar por la puerta estrecha es seguir a Jesús; aprender a vivir como él vivió; tomar su cruz cada día y confiar totalmente en el Padre que lo ha resucitado. Las falsas seguridades de agradar a Dios y ser aceptado en su Reino, se repiten en todas las etapas de la historia. Sin embargo, Jesús afirma que sólo las obras manifiestan la autenticidad de las personas y no basta la sola pertenencia a un determinado grupo de creyentes. Los discípulos de Cristo necesitamos revisar y discernir nuestros criterios, permitir que Dios cambie nuestras mentes y corazones para entrar por la puerta angosta. El camino de la salvación exige el compromiso serio con el proyecto del Reino de Dios, el cual requiere la práctica de la justicia y de la caridad.
La salvación es universal. El texto evangélico prosigue: “Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”. No es suficiente para la salvación pertenecer al pueblo escogido de Israel. El banquete escatológico del Reino de Dios será para todos los que entren por la puerta angosta de la fidelidad a Dios. El proverbio escatológico sobre los últimos y los primeros, ilumina el hecho histórico de muchos judíos, que eran los primeros en la elección de Dios pero que se resistieron a creer en Jesús; mientras que muchos paganos, que eran los últimos en la elección de Dios, al convertirse a la fe cristiana se hacen de los primeros miembros de la Iglesia de Jesucristo. Dios es un Padre bueno que nos ofrece a todos su salvación, a través de la muerte y resurrección de su Hijo Jesús, liberándonos de las ataduras del pecado, del poder de Satanás y del miedo a la muerte. La salvación del cuerpo y del alma sólo se encuentran en Jesucristo.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa